R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes
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Gran Canaria<br />
Rescatando la memoria<br />
de soñar con el traje más bonito del mundo (más lindo que los de las demás<br />
niñas), ¡llevar guantes!, la limosnera a la cintura (que se esperaba bien repleta<br />
de monedas contantes y sonantes), el velo de novia, las “estampas-recordatorios…”<br />
Que si vendrían primos y primas, los regalos… Las mentes infantiles<br />
trabajaban sin cesar, como inmensas oleadas de fuegos artificiales que estallaban<br />
en su interior, anhelantes y a la vez atemorizadas ante la trascendencia de<br />
lo que les esperaba, tal día de tal mes.<br />
Y, por otra parte, estaba lo más serio, lo más impresionante: la catequesis<br />
previa. Aquellos bondadosos sacerdotes, generalmente asistidos por devotas<br />
catequistas, se esforzaban por explicar, a una caterva de chiquillos ignorantes<br />
e inocentones, los grandes misterios del Cuerpo y la Sangre de Cristo, al que<br />
recibirían en breve.<br />
Ah, pero cuidado: el Maligno siempre estaba al acecho para que las niñas<br />
no pudieran gozar plenamente de tan celebrado día. El demonio, con su espantosa<br />
figura con pies de cabra, cuernos, rabo, cuerpo peludo y apestoso,<br />
con ojos como rayos maléficos y empuñando un tizón o un tridente peligrosísimo…Ese<br />
enemigo de la pureza y la devoción de las niñas podía, a poco<br />
hacer que te distrajeras de tus devociones, echarte una maldición y destruir<br />
tu almita inocente.<br />
Melucha, dueña de una desbordante imaginación desde su más tierna infancia,<br />
absorbía ávidamente las palabras de quienes la estaban preparando<br />
para su Primera Comunión. Y tratándose de chiquilla tan inocentona, lo triste<br />
era que empezó a tener miedo de todo, a dormir mal, a creer que el diablo<br />
estaba en cualquier rincón de la casa, o en el cajón de la cómoda de abuela, o<br />
incluso tras los cristales de la claraboya que había en el techo de su dormitorio,<br />
y que tanta luz proporcionaba…<br />
Así que, estando reciente su Primera Comunión, no hay que olvidar que<br />
todavía sentía muy frescos, muy vivos y hondos, aquellos terrores infantiles e<br />
infernales con que le advertían –o amenazaban- durante la catequesis de su<br />
preparación.<br />
Melucha vivía en Las Palmas de Gran Canaria, en casa de su abuela, con su<br />
hermano pequeño y su madre (una “viuda temporal”, por haber emigrado a<br />
Venezuela su marido, el padre de los niños). Situada en una calle céntrica, la<br />
casa era alegre y estaba siempre abierta no sólo para los familiares, sino para