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122<br />

Gran Canaria<br />

Rescatando la memoria<br />

de soñar con el traje más bonito del mundo (más lindo que los de las demás<br />

niñas), ¡llevar guantes!, la limosnera a la cintura (que se esperaba bien repleta<br />

de monedas contantes y sonantes), el velo de novia, las “estampas-recordatorios…”<br />

Que si vendrían primos y primas, los regalos… Las mentes infantiles<br />

trabajaban sin cesar, como inmensas oleadas de fuegos artificiales que estallaban<br />

en su interior, anhelantes y a la vez atemorizadas ante la trascendencia de<br />

lo que les esperaba, tal día de tal mes.<br />

Y, por otra parte, estaba lo más serio, lo más impresionante: la catequesis<br />

previa. Aquellos bondadosos sacerdotes, generalmente asistidos por devotas<br />

catequistas, se esforzaban por explicar, a una caterva de chiquillos ignorantes<br />

e inocentones, los grandes misterios del Cuerpo y la Sangre de Cristo, al que<br />

recibirían en breve.<br />

Ah, pero cuidado: el Maligno siempre estaba al acecho para que las niñas<br />

no pudieran gozar plenamente de tan celebrado día. El demonio, con su espantosa<br />

figura con pies de cabra, cuernos, rabo, cuerpo peludo y apestoso,<br />

con ojos como rayos maléficos y empuñando un tizón o un tridente peligrosísimo…Ese<br />

enemigo de la pureza y la devoción de las niñas podía, a poco<br />

hacer que te distrajeras de tus devociones, echarte una maldición y destruir<br />

tu almita inocente.<br />

Melucha, dueña de una desbordante imaginación desde su más tierna infancia,<br />

absorbía ávidamente las palabras de quienes la estaban preparando<br />

para su Primera Comunión. Y tratándose de chiquilla tan inocentona, lo triste<br />

era que empezó a tener miedo de todo, a dormir mal, a creer que el diablo<br />

estaba en cualquier rincón de la casa, o en el cajón de la cómoda de abuela, o<br />

incluso tras los cristales de la claraboya que había en el techo de su dormitorio,<br />

y que tanta luz proporcionaba…<br />

Así que, estando reciente su Primera Comunión, no hay que olvidar que<br />

todavía sentía muy frescos, muy vivos y hondos, aquellos terrores infantiles e<br />

infernales con que le advertían –o amenazaban- durante la catequesis de su<br />

preparación.<br />

Melucha vivía en Las Palmas de Gran Canaria, en casa de su abuela, con su<br />

hermano pequeño y su madre (una “viuda temporal”, por haber emigrado a<br />

Venezuela su marido, el padre de los niños). Situada en una calle céntrica, la<br />

casa era alegre y estaba siempre abierta no sólo para los familiares, sino para

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