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164<br />

Lanzarote<br />

Rescatando la memoria<br />

llegar a tierra firme, pero había que intentarlo. Todo eso era lo que pensaba mi<br />

abuelo porque, pese a ser de Lanzarote, isla de marineros por excelencia, él era<br />

hombre de tierra adentro, peón en la agricultura y nunca había salido a la mar.<br />

El barco hizo escala en Santiago antes de continuar para La Habana y aunque<br />

eran pocas las millas que separaban ambos puertos, mi abuelo no veía<br />

la santa hora de llegar a tierra firme. Se le veía escuálido, pálido y fatigado, no<br />

podía negar su procedencia porque la cara era color de plátano verde. Cuando<br />

peor se sentía, el barco, haciendo uso de su motor de carbón ya que no corría<br />

ni pizca de viento, apareció triunfante frente al malecón de La Habana. Entre<br />

muchas gentes, casi todas canarias que venían a recibir a familiares y amigos,<br />

mi abuelo pudo distinguir, frente al barco, con su guayabera blanca de cuatro<br />

enormes bolsillos y gafas oscuras, al único hermano varón de mi abuela, Matías,<br />

al que todos llamaban cariñosamente tío Matías, hombre apreciado y respetado<br />

por su bondad, seriedad y honradez. Él había llegado a Cuba unos años antes<br />

y tras duro trabajo en la agricultura, había conseguido salir adelante y en ese<br />

momento era un importante agricultor con algunas propiedades.<br />

Como tantos emigrantes canarios, Pedro Romero, pasó su vida chapando<br />

cañas o recolectando tabaco bajo un sol de justicia. Soñaba el momento de<br />

volver, como todo indiano que se preciara: traje blanco, camisa blanca, zapatos<br />

blancos, impresionante sombrero flexible de fieltro blando y una enorme cartera<br />

color marrón llena de pesos cubanos. Sería admirado por sus amigos y con<br />

orgullo sus hijas dirían a todos, “yo soy la hija de Pedro, el indiano”, entonces<br />

despertaba y solo veía a su alrededor cañas para cortar, tabacos para recolectar<br />

y una botella de ron para combatir el calor.<br />

Pronto, determinadas actitudes<br />

de mi abuelo llegaron a<br />

preocupar a tío Matías. Ya preguntaba<br />

poco por su familia de<br />

Canarias, no pedía que le escribieran<br />

las cartas. Más tarde,<br />

empezó a notar con desagrado<br />

las andanzas de Pedro y<br />

como tío Matías era hombre<br />

de recto proceder, haciendo

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