R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes
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Estampas campestres. Matanza del cochino<br />
otro de tocino, un par de morcillas y unos cuantos chicharrones.<br />
Se colocaban en cestitas de mimbre, bien cubiertas con un paño limpio.<br />
Los niños se encargaban de hacer los repartos. A veces se originaban discusiones<br />
entre ellos porque todos querían ir a la casa donde esperaban recibir<br />
mayor propina. En algunas casas les daban dos o tres pesetas, pero en otras la<br />
propina podía ascender a cuatro o cinco pesetas, una fortuna.<br />
REPOSICIÓN DEL COCHINO<br />
Al poco tiempo se volvía a reponer el cochino con la compra de otro<br />
ejemplar a los cochineros procedentes de Ingenio, que aparecían por la zona<br />
arreando una reata de burros cargados de gruñidos.<br />
Estos cochineros visitaban todas las casas, igual que lo hacían los de la sal,<br />
pregonando su mercancía. Sacaban los lechones de los serones, hechos con<br />
hojas de palma, y los mostraban a los posibles compradores asiéndolos por<br />
las patas traseras, con la cabeza hacia abajo y las patas delanteras apoyadas en<br />
el suelo.<br />
Los examinaban para ver si eran machos o hembras, o si estaban castrados.<br />
Una vez hecho el trato y convenido el precio lo metían en el chiquero, que<br />
ya estaba limpio de los excrementos de su antecesor. Le ponían paja o serrín<br />
en el suelo, y allí sería alimentado y engordado durante el siguiente año.<br />
Los cochineros solían pernoctar en casa de Daniel González, o en casa de<br />
don Benito. Al día siguiente, una vez vendidos todos los lechones, se montaban<br />
en sus burros y regresaban a Ingenio.<br />
Y era así como se iniciaba un nuevo ciclo.<br />
Buen provecho.<br />
Autor:<br />
José Miguel Ortega Suárez<br />
Gran Canaria<br />
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