R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes

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Gran Canaria
Rescatando la memoria
llegué a mi casa los servicios de información, que es lo mejor que funciona en un
pueblo pequeño, ya habían alertado a los altos mandos, y pronto tuvimos un veredicto
en forma de castigo que, como hubo tantos por otras tantas travesuras, ni me
acuerdo de cuál fue.
Otra de las estrafalarias diversiones eran los duelos. Claro está, cuando el
difunto no era pariente cercano, que eso eran otros cantares.
- Nunca me olvidaré del día en que murió un tal Alfonso, de Juncalillo. Yo no conocía
al pobre hombre, Dios lo tenga en la gloria. Cuando llegó la noticia a mi casa,
me estaba peinando. ¡Un duelo para esta noche! Y es que mi padre no podía decir
que no fuéramos a acompañar. No había disculpa para no componerse, avisar a las
amigas y partir, presurosas, al velatorio. No esperé ni a terminar de peinarme. Me
trabé mi maravilloso peinillo de nácar en el pelo, al que tanto cariño tenía, y corrí
como alma que lleva al diablo, a casa de mi amiga Paca, compañera de fechorías.
Toqué, deseosa de contarle la novedad. Me abrió ella misma y cuando me disponía
a darle la noticia, ella saltó ligerita: “Ya sé que murió Alfonso”. ¡Vaya “rasquera” que
me dio! Y eso no fue todo. ¡Perdí mi peinillo! No veas las risas de Paca: “Eso te pasa
por espabilada y por novelera”. ¡Ella, decirme novelera a mí…!
Sofía y Paca eran inseparables. Ninguna se quedaba atrás ante los desafíos