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R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes

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80<br />

Gran Canaria<br />

Rescatando la memoria<br />

mira...<br />

Lavaba la ropa para poder ponérmela otra vez limpia, pero tenía que esperar<br />

que se secara, hasta entonces no podía salir a la calle. Los hombres tenían<br />

dos mudas y se cambiaban a la semana para que diera tiempo a lavarla y que<br />

se secara, para después coserla y plancharla.<br />

Algunas piezas había que zurcirlas y otras remendarlas. De la ropa que<br />

ya no servía para nada, el retalito de tela que estuviera aprovechable era<br />

para hacer remiendos. Y el resto, lo que se había quedado como una tela<br />

de cebolla, era el relleno de las muñecas de trapo. Hasta los calcetines había<br />

que zurcir.<br />

Llevaba la ropa a la acequia y allí, de rodillas, en el lavadero estregaba y<br />

estregaba, sobre todo la del trabajo, aquellas ropas de los hombres duras y<br />

acartonadas me destrozaban las manos. También llegué a lavar en el barranco,<br />

mientras corría el agua de la lluvia. Tenía que lavar como fuera y allí donde<br />

hubiera agua.<br />

Me acuerdo del miedo que sentía cuando lavaba en la acequia, por si se me<br />

escapaba una pieza de ropa. Cuando esto pasaba me echaba a correr como<br />

alma que lleva el diablo a ver si lograba alcanzarla. A veces tenía suerte y se<br />

quedaba atrapada en las rejillas que ponían los acequieros para que se quedara<br />

la basura. Y me daba una alegría tremenda, porque después de correr como las<br />

locas, que se me salía el corazón, si perdía la pieza me esperaba una paliza o,<br />

con algo de suerte, un buen rezongo. La ropa era demasiado cara como para<br />

perderla en la acequia. Otras veces sucedía que venía alguien caminando y, al<br />

verme corriendo, miraba a la acequia, pues ya sabía que algo iba por allí abajo;<br />

la recogía y me la daba, era como si me la estuviera regalando. Había pocas<br />

posibilidades de recuperar las piezas pequeñas porque pasaban entre las rejillas.<br />

Así que alguna vez llegué a casa con un calcetín menos, o unas bragas o<br />

algún pañuelo; en estos casos solía decirle a mi tía que en la ropa que me llevé<br />

a la acequia no estaba, que estaría por algún sitio en la casa, a ver si me libraba<br />

de una buena reprimenda.<br />

Todo este sacrificio sólo para lavar, además de los trabajitos que daba planchar.<br />

También me viene a la mente que había que aprovechar tanto la ropa,<br />

que a los pantalones de los niños se les cosía unos tiros con varios ojales, y a<br />

medida que el niño crecía se iban soltando ojales para que el pantalón bajara.

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