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R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes

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Estampas campestres. Matanza del cochino<br />

con su pajar encima, y finalmente la gañanía para las vacas. Al otro lado del<br />

patio está la cocina, con un horno de piedra para hacer el pan, adosado a un<br />

lateral. Esta macro-cocina servía para casi todo. Además de servir para cocinar,<br />

hacía de comedor, recibidor, lugar para descamisar piñas de millo, depósito de<br />

papas y frutas, etc.<br />

Todo este caserío estaba rodeado de árboles frutales: higueras de varias<br />

clases, naranjos, limoneros, ciruelos, manzanos y perales, que sobre todo, en<br />

primavera y verano, cuando todos los árboles están con hojas y flores, no permiten<br />

ver la casa. Se la imagina uno, allí, en medio de aquella vegetación.<br />

No puedo dejar de referirme a la enorme piedra irregular colocada en<br />

una esquina que, según la antigua y tradicional creencia, representa a Jesús<br />

(citando el evangelio, “La piedra que los constructores desecharon, en piedra<br />

angular se ha convertido”). En todas las casas rurales antiguas se puede<br />

apreciar, en una esquina de la cimentación, una piedra grande, sin labrar, que<br />

cualquier constructor rechazaría; y a partir de esa piedra, empezaban a colocar<br />

las demás.<br />

Allí vivían, además de mis abuelos paternos, mis tías Teresita y Paquita, esta<br />

última casada con Juan Pérez, y también los hijos de ambos.<br />

La casa, que era la más frecuentada de todo el barrio de Madrelagua, está<br />

hoy deshabitada.<br />

La mayor alegría para mi abuela era tener la casa llena de familiares. Entre<br />

hijos, nueras, yernos, nietos y bisnietos, sobrepasaban el centenar. El saludo, al<br />

llegar a su casa, no era como en la actualidad. Ahora mis nietos Sara o Sergio,<br />

al verme, cogen carrerilla al tiempo que gritan: ¡Hola Abuelo!, y cuando llegan<br />

a mi altura dan un salto, se cuelgan de mi cuello y me llenan de besos. Antes,<br />

cuando llegabas a una prudente distancia de la abuela, como a dos o tres metros,<br />

te parabas, ponías cara de bobalicón, cosa que a mí no me costaba mucho<br />

esfuerzo y decías:<br />

- La bendición, abuelita.<br />

Y ella contestaba, invariablemente:<br />

- La bendición de Dios y la mía te acompañen.<br />

Luego te invitaba comer o a tomar algo, y había que aceptarlo porque si<br />

no lo consideraban una ofensa o descortesía. Y tutear a los mayores ni se te<br />

pasaba por la imaginación: el “usted” siempre por delante.<br />

Gran Canaria<br />

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