R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes
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Gran Canaria<br />
Rescatando la memoria<br />
era todo un acontecimiento. Lo pasamos muy<br />
bien. Ana Romero fue conmigo. Ya avanzada la<br />
fiesta, de noche oscura, don Manuel Luján hizo<br />
dos “champurriaos” mezclando varias bebidas<br />
y nos retó a Ana y a mí. ¡Imagínate! ¡Retarme<br />
a mí, “que no me dejaba caer nada al suelo”!<br />
Ni qué decir tiene que yo no había probado ni<br />
gota de alcohol en mi vida. ¿Por qué me tentaría<br />
el diablo a coger aquello y tragármelo sin<br />
respirar? Gané la apuesta y gané, también, una<br />
neblina negra, una pesadez en la lengua y una<br />
agonía en el alma parecida a estar cerca de la<br />
de la guadaña. Doña Amalia, que en paz descanse<br />
aquella buena mujer, me llevó a su casa<br />
y me dio café, en un fallido intento de hacerme regresar al mundo de los vivos antes<br />
de que me mandara allí mi padre de un pescozón. No sé ni cómo llegué hasta mi<br />
cama, que se me presentó como una orilla para un náufrago. O eso pensé yo en un<br />
primer momento, porque una vez en ella parecía estar en alta mar zarandeada por<br />
la más cruel de las tormentas. “¡Ayyy, ayyy!”, atinaba a exhalar cual último suspiro.<br />
“¡Ayyy, Dios mío!”, llamaba, en un intento de agarrarme a cualquier madero.<br />
-“¿Qué te pasa Fiíta?”- dijo mi padre desde la otra estancia de la cueva.<br />
-“¡Nada, hombre, que a la chiquilla le sienta mal el merengue de la tarta…!”<br />
- acertó a responder mi madre para evitar males mayores.<br />
-“¡Pues aquí no huele sino a coñac!”- soltó mi hermana Clora. ¡Si hubiera tenido<br />
fuerzas para salir de aquella tormenta, la hubiera tirado a los tiburones! ¡La muy<br />
santurrona!<br />
Eran muy distintas las dos hermanas mayores. Clora era pequeña y tranquila.<br />
Sofía era grande y revoltosa. Cada una tenía lo suyo.<br />
- ¡Seguro que Clora era tranquila…! Si te contara lo que ella hacía. Lo que ocurría<br />
era que ella sabía callarse a tiempo y hacerse la santa. Pero ella también tenía lo<br />
suyo, como tú dices. Cuando vivíamos en casa de doña Mariquita, la que hoy es de<br />
Pepito Alonso, mi madre tenía una alacena llena de unas copas muy bonitas y otras<br />
cristalerías. Yo tenía siete u ocho años. Clora me subió a la “pela” y corría conmigo<br />
encima estrellándome una y otra vez contra el mueble. ¡No quedó ni una pieza