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228<br />

Gran Canaria<br />

Rescatando la memoria<br />

abrió sus ojos en uno de los años más duros de la contienda. Pudiera parecer<br />

que su espíritu inquieto y rebelde fuera fruto de las fechas; pero aquellas batallas<br />

le quedaban muy lejos a nuestra protagonista. Ella, así como el resto de sus congéneres,<br />

vivieron la guerra en forma de escasez. Escasez no solo de alimentos,<br />

sino de noticias.<br />

Muy pronto las dos pequeñas de José Díaz quedaron huérfanas de madre.<br />

La esposa de José Díaz, la gran Sofía, murió joven. Su corazón, enorme como<br />

su cuerpo, no resistió no sabemos bien qué y abandonó, con mucha penita,<br />

este mundo y a sus dos pequeñas. ¡Y mira que José Díaz luchaba por conseguir<br />

aquellos medicamentos llamados penicilina!<br />

Aquellas dos pequeñas adoptaron pronto a otra madre. Y es que, cosas de<br />

los pueblos, José Díaz, ante tamaños problemas de año y medio y tres años, casó<br />

muy pronto con la hermana menor de Sofía.<br />

Rosarito se vio, acabada de desposar, con dos hijas que atender. Y bien tuvo<br />

que haberlo hecho ya que el universo le premió con diez pequeños más en no<br />

muchos años. Pero eso es otra historia. La que nos ocupa trata de la menor de<br />

aquellas huérfanas, llamada Sofía.<br />

Cuando fue tomando uso de razón, la pequeña gustaba de estar con Irenita,<br />

su tía. La señora, que siempre fue soltera, le enseñaba a coser pequeños trajes<br />

para sus muñecas y le hacía vestidos a ella misma. No eran tiempos de bonanza<br />

y las manualidades de aquellas tías mayores venían bien para vestir a la prole<br />

que pronto empezó a llamar a las puertas de Rosario y José. Sofía empezó en<br />

el colegio. Su tía Clorinda era la maestra.<br />

- Pero, ¡ponlo! Solo me enseñaba cuentas porque mi padre tenía una tienda.<br />

En la escuela lo único que hacía era sumar restar y aprender las tablas –me<br />

comenta nuestra protagonista, desesperada por remarcar los acontecimientos<br />

y que no me vaya por rumbos ajenos a su historia-.<br />

Y es que José Díaz era un mago. Tuvo que ingeniárselas para sacar de donde<br />

no había y atender a tantas bocas que se desgajaban del vientre de Rosarito<br />

como pequeños milagros hambrientos. Además de los animales y las tierras que<br />

atendía, José Díaz alquiló a doña Juana parte de su casa para poner una tienda<br />

y así tener unos ingresos extra. Y claro, cuando Sofía y Clora despuntaron del<br />

suelo, tenían mucho trabajo que hacer.<br />

- ¡Y nunca me engañaban! Recuerdo una vez que le serví una copa de ron a

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