R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes
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Abuela, ¿es verdad que...?<br />
y luego un par de papas para espesar y dar cuerpo a un caldo.<br />
Pero un día el abultado bolsillo de la abuela de nuestro relato la delató y<br />
hacía ella vino la fiera de pasos grandes, ojos de látigo y voz de trueno, con<br />
una palabra que duele más que un garrotazo:<br />
- ¡Ladrona!<br />
Y la abuela, ya de antes aplastada por la miseria, se aplasta más por el eco<br />
que le retumba en el pecho y la cabeza: ¡ladrona, ladrona, ladrona!<br />
Y ya no valen razones: que si sólo eran unos pocos, que si son para tirar,<br />
que si la necesidad… Aquella bestia no entiende y, ¡a la cárcel con la abuela!<br />
Ahora las cárceles están, por lo general, en las afueras de las ciudades,<br />
apartadas y llenas de los que, por alguna razón, la sociedad aparta de sí. Pero<br />
antes no eran las únicas, había otras para delitos menores. La cárcel que nos<br />
ocupa estaba en el mismo centro del pueblo, a escasos trescientos metros<br />
de la iglesia y la plaza mayor, y nada de celdas cerradas y gruesos barrotes o<br />
cercas electrificadas ni garitas y fusiles por doquier: era una casa, sí, eso mismo,<br />
una casa…<br />
Una casa con su patio amplío, un muro de un par de metros de alto que la<br />
rodeaba y dos o tres guardias del mismo pueblo, para su custodia.<br />
Y allí pasaban los presos sus días de condena. Y fíjese bien que digo los días:<br />
por la noche la casa quedaba prácticamente desierta, pues todos o casi todos<br />
los habitantes saltaban el muro y ¡a casita!<br />
Quedaba el guardia de turno y algún que otro condenado que prefería<br />
el techo seguro de la cárcel que la casucha desvencijada y azotada por los<br />
vientos. El de la cárcel, al menos esa noche, no le caería encima.<br />
¿Y el guardia? ¿Cómo dormiría esa noche ante la fuga masiva de presos?<br />
¿Cómo justificar ante sus superiores, a la mañana siguiente, la ausencia de los<br />
“inquilinos”? Pues mira, mi niño: dormía a pierna suelta. ¡Por la mañana no<br />
faltaría ni uno!<br />
¿Cómo iban a faltar al desayuno? Así como lo oye: antes de que saliera el<br />
sol todos los presos, y cuidado si alguno más, saltaba el muro y, ¡vamos “pa”<br />
dentro, que aquí la comida esta segura! Y los guardias tenían que estar “al loro”<br />
con aquellos chiquillos que entraban por el muro y salían por la puerta con un<br />
pedazo de pan, que los padres siempre dejan de comer si es para dárselo a<br />
un hijo. Y por la puerta o por el muro salían partes del almuerzo, que la cena<br />
Gran Canaria<br />
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