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72<br />

Gran Canaria<br />

Rescatando la memoria<br />

Si la prisión fue por motivos políticos, a lo mejor resulta que tenemos una<br />

heroína en la familia y será tema que surja en todos los corrillos de bares en<br />

los que se pretende arreglar el sistema democrático, encuentros “copeteros”<br />

que sólo conducen a una buena borrachera y ningún acuerdo.<br />

Pero si los motivos de la prisión fueron el robo o el hurto… ¡Amigo! La<br />

cosa es bien distinta. Va y el asunto, la historia se trata de ocultar, por el prestigio<br />

familiar, el buen nombre de los muertos o la herencia genética, y por<br />

ello se van esfumando los datos y hay que sentarse a escribir para que no se<br />

pierda la memoria.<br />

La abuela, esta abuela del relato, lograba algunas veces trabajar en la recolección<br />

de frutos: unos dicen que cebollas, otros que papas, otros que tomates,<br />

que en esto la familia no se pone de acuerdo, aunque yo creo que ella<br />

recogía de todo eso y más si había la posibilidad de ganar algunos cuartillos.<br />

Y recoger frutos es trabajo duro, fatigoso, fuerte. Lo era antes y lo es<br />

ahora, a pesar de los avances tecnológicos: horas y horas dale que te pego,<br />

cargando cajas o sacos sin distinción de sexo o edad.<br />

Pero más duros, fuertes y fatigosos eran los propietarios de la siembra o<br />

sus encargados: sus pasos de gigantes los llevaban en un segundo de un punto<br />

a otro del terreno para estar en todas partes al mismo tiempo mirándolo<br />

todo… En los ojos un látigo o un garrote amenazante por cualquier infracción<br />

de las reglas. Y decir reglas es de tontos, pues allí no había otra regla que su<br />

voz: cómo recoger, dónde colocar, cuando beber agua y cuando ir al servicio.<br />

Si, señor, como lo oye usted: ¡había que pedir permiso, y esperarlo, para tomar<br />

agua o “hacer aguas”, permiso que se daba una o dos veces nada más!<br />

Y por ese trabajo y aquella tiranía se recibía como pago un dinerito, tan<br />

exiguo y escaso, que malamente alcanzaba para aplacar el hambre familiar que<br />

por entonces sí que era abundante.<br />

En los campos, y muchos lo saben, junto al sudor y la dignidad humana<br />

mancillada, siempre quedaba algún que otro fruto perdido o abandonado por<br />

no cumplir con la calidad requerida para el mercado.<br />

Según me cuentan, de ahí surgieron platos tan típicos como las “papas<br />

arrugás” esas tan pequeñitas que no se pueden pelar.<br />

Y algunos de esos frutos despreciados por las leyes mercantiles iban a<br />

parar a los bolsillos de los recolectores. Así primero era un tomate para tres

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