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60<br />

Gran Canaria<br />

Rescatando la memoria<br />

aún no nos había crecido—, sino por saber cuidar la amistad, mantenernos<br />

unidos y defender “nuestros colores”. Como los doce. No cabe duda<br />

que también nos llamaban así porque la fuerza de las críticas y los cotilleos<br />

buscan siempre un comentario burlón y jocoso, algo con lo que aplastar a<br />

quien no nos gusta o a quien nos hace sombra. En este particular, a nosotros<br />

cuatro no nos importaba mucho la burla. Pronto incluso llegamos a saborear<br />

la idea de ser el punto de mira de alguien. Al menos teníamos identidad. Y<br />

a fin de cuentas nos relacionaban con un “colectivo” de buena reputación.<br />

¡Suerte que los hermanos mala-sombra vinieron años después! La crítica era,<br />

en todo caso, el reflejo de estar dejando una identidad en el pueblo, y la<br />

verdad, no nos importaba mucho. Estábamos empezando a sentir orgullo de<br />

dejar huella, a pesar de las risitas de los criticones. Aunque no lo supiéramos<br />

por entonces, así se estaba incluso formando nuestra personalidad. Años más<br />

tarde, cuando empezamos a escribir en la revista del Colegio, nuestro pseudónimo<br />

era “Santa Cena”. Definitivamente, nos estábamos acostumbrando<br />

a ir contracorriente, contra las críticas. Pero bueno, ¿no es eso parte de la<br />

preparación para el mundo?<br />

El Corpus de 1957 —o bueno, del 58, que ya he hablado de mi mala<br />

memoria para los números— iba a ser un poco diferente de lo que me<br />

había imaginado. Un día grande, sí. Siempre sería grande el día de Corpus en<br />

Arucas, pero también un día un poco especial en comparación con años anteriores.<br />

Habían cambiado muchas cosas en el marco del mundo. La Europa<br />

de una posguerra se consolidaba para superarse a sí misma. España pintaba<br />

ahora un poco a multicolor las adolescentes ideas también de otra posguerra<br />

de hermanos. Estaban cambiando también las cosas en la isla. Apresuradamente.<br />

Cómo empezábamos a entender el nuevo mapa insular, cuando la<br />

aventura de las telecomunicaciones y de los transportes empezaba a gatear<br />

en las puertas de nuestra moderna civilización. Cómo no, las cosas estaban<br />

cambiando también en Arucas. Absorbíamos el mundo que nos llegaba ya<br />

más aprisa que nunca. Y las cosas habían cambiado mucho más en el seno de<br />

nuestra propia historia, en nuestras casas. Pero ya contaré cómo.<br />

Arucas —como núcleo urbano— tenía, en los años cincuenta, las cuatro<br />

o cinco entradas geográficas que tiene hoy. Contaba también con el afluente<br />

artesanal y profesional de los muchos que llegaron de otras partes de la

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