R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes
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Gran Canaria<br />
Rescatando la memoria<br />
pocos meses, se incorporó al Servicio Militar en octubre de 1936. Fue destinado<br />
al Regimiento de Artillería en Alhucemas, una ciudad situada al norte de<br />
Marruecos conocida por los españoles como Villa Sanjurjo. Allí, alejado de su<br />
mujer y su futuro hijo, sus habilidades para la construcción le permitieron hacer<br />
las labores de agregado de albañilería, debiendo realizar diferentes obras en<br />
los barracones del acuartelamiento. Sin embargo, la desalentadora marcha de<br />
muchos de sus compañeros al frente presagiaban la proximidad de su partida<br />
hacia la Península, donde las batallas se estaban recrudeciendo, dejando miles<br />
de muertos en ambos bandos en pos de una guerra fraticida. Cada cierto<br />
tiempo, un oficial aparecía por el Regimiento, llevándose con él a diferentes<br />
agrupaciones de soldados.<br />
La ansiedad fortaleció en José el mal vicio del tabaco. Para conseguir dinero<br />
con el que poder comprar cigarrillos recurrió a fabricar pastillas de jabón<br />
introduciendo en una lata vacía los restos de las piezas que obtenía en las duchas<br />
del cuartel. Luego las remojaba y las presionaba hasta obtener una nueva<br />
pastilla de jabón que vendía a las moras, las habitantes de las cercanías a Villa<br />
Sanjurjo. Con aquello se compraba los cigarrillos con los que matar los ratos.<br />
En una de aquellas salidas por Marruecos, un chico con una cámara se<br />
ofreció para hacerle un retrato de recuerdo de su estancia allí durante el servicio<br />
militar. Él accedió. La chiquillería que correteaba por las callejuelas de la<br />
ciudad se acercaron a José, pidiéndole alguna moneda. Sabiendo que pronto<br />
sería padre y estaría a miles de kilómetros para poder mecer entre sus brazos<br />
a su primogénito, decidió que en aquella fotografía estaría acompañado por<br />
aquellos traviesos pillastres, sintiéndose abrumado por la encantadora risotada<br />
de los niños, aunque fuesen unos desconocidos. Un hecho que en principio<br />
podría ser anecdótico, le salvaría la vida meses después.<br />
Sus miedos no tardaron en hacerse realidad. Una mañana de 1937, José y<br />
el resto de sus compañeros de artillería que aún permanecían en Alhucemas,<br />
fueron enviados al frente del Ebro. Tenía veintiún años.<br />
Tras desembarcar, aún les quedaba un largo camino hasta la posición tomada<br />
por el Bando Nacional. Durante esos días de caminata, sus pies se resintieron<br />
por el continuo andar sobre veredas pedregosas. Comenzó a cojear, lo que<br />
le hizo retrasarse en la columna que desfilaba hacia el Ebro. Una noche, quedó<br />
tan rezagado que no logró ver dónde había acampado el resto del batallón.