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222<br />

Gran Canaria<br />

Rescatando la memoria<br />

pocos meses, se incorporó al Servicio Militar en octubre de 1936. Fue destinado<br />

al Regimiento de Artillería en Alhucemas, una ciudad situada al norte de<br />

Marruecos conocida por los españoles como Villa Sanjurjo. Allí, alejado de su<br />

mujer y su futuro hijo, sus habilidades para la construcción le permitieron hacer<br />

las labores de agregado de albañilería, debiendo realizar diferentes obras en<br />

los barracones del acuartelamiento. Sin embargo, la desalentadora marcha de<br />

muchos de sus compañeros al frente presagiaban la proximidad de su partida<br />

hacia la Península, donde las batallas se estaban recrudeciendo, dejando miles<br />

de muertos en ambos bandos en pos de una guerra fraticida. Cada cierto<br />

tiempo, un oficial aparecía por el Regimiento, llevándose con él a diferentes<br />

agrupaciones de soldados.<br />

La ansiedad fortaleció en José el mal vicio del tabaco. Para conseguir dinero<br />

con el que poder comprar cigarrillos recurrió a fabricar pastillas de jabón<br />

introduciendo en una lata vacía los restos de las piezas que obtenía en las duchas<br />

del cuartel. Luego las remojaba y las presionaba hasta obtener una nueva<br />

pastilla de jabón que vendía a las moras, las habitantes de las cercanías a Villa<br />

Sanjurjo. Con aquello se compraba los cigarrillos con los que matar los ratos.<br />

En una de aquellas salidas por Marruecos, un chico con una cámara se<br />

ofreció para hacerle un retrato de recuerdo de su estancia allí durante el servicio<br />

militar. Él accedió. La chiquillería que correteaba por las callejuelas de la<br />

ciudad se acercaron a José, pidiéndole alguna moneda. Sabiendo que pronto<br />

sería padre y estaría a miles de kilómetros para poder mecer entre sus brazos<br />

a su primogénito, decidió que en aquella fotografía estaría acompañado por<br />

aquellos traviesos pillastres, sintiéndose abrumado por la encantadora risotada<br />

de los niños, aunque fuesen unos desconocidos. Un hecho que en principio<br />

podría ser anecdótico, le salvaría la vida meses después.<br />

Sus miedos no tardaron en hacerse realidad. Una mañana de 1937, José y<br />

el resto de sus compañeros de artillería que aún permanecían en Alhucemas,<br />

fueron enviados al frente del Ebro. Tenía veintiún años.<br />

Tras desembarcar, aún les quedaba un largo camino hasta la posición tomada<br />

por el Bando Nacional. Durante esos días de caminata, sus pies se resintieron<br />

por el continuo andar sobre veredas pedregosas. Comenzó a cojear, lo que<br />

le hizo retrasarse en la columna que desfilaba hacia el Ebro. Una noche, quedó<br />

tan rezagado que no logró ver dónde había acampado el resto del batallón.

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