R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes
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Una infancia en Artenara: El jardín de Sofía<br />
Juan Sosa y me olvidé de darle la vuelta. Me<br />
dio dos pesetas y le sobraba media. Al rato<br />
me dijo él, socarrón: ¡Ay Fiílla, que somos “jijos”<br />
de la muerte! ¡Y yo pensando qué querría decir…!<br />
¡Qué ignorante era una a veces!<br />
Algunas historias se salen de su orden<br />
cronológico. Y esta, me temo, va a ser una<br />
de ellas. El corazón inquieto de Sofía me<br />
apabulla por momentos. Pero yo las cuento<br />
como ella propone, que para eso es la<br />
protagonista.<br />
- ¡Aquella gente se metía en la tienda a jugar<br />
a la baraja y yo me desesperaba! A veces<br />
llegaba a mi casa cansada como una “perra”<br />
y ni ganas me daban de calentarme un “pizquito”<br />
de leche y gofio. Mi madre, preocupada, lo comentó un día en la tienda: “Esta<br />
niña ni cena de lo cansada que está la pobre”. Manolito el chófer, que la escuchó, le<br />
dijo: “¡Cómo va a comer, cristiana, si en la tienda se “jarta” como una rana!”<br />
A Sofía no le gustaba mucho el negocio. Prefería salir con su padre al campo.<br />
Su espíritu inquieto daba para mucho y ella necesitaba espacio.<br />
- ¡Sí, eso es verdad! A mi hermana Clora le gustaba más la tienda. Ella era más<br />
tranquila que yo. Pero, fíjate cómo es la cosa. Mi padre, para sus ¡ratos libres!, tenía<br />
una pequeña zapatería. ¿Y a que no sabes a quién le hizo unos zapatos herrados?<br />
Pues a Clora, ¡para estar en la tienda…! Yo, que caminaba esas tierras todos los<br />
días, lo tenía que hacer en alpargatas. Mi madre decía que era porque a mi padre<br />
le habían mandado, por error, una horma pequeñita. ¡Y claro, los pies de Clora eran<br />
arreglados a su tamaño! ¡Vaya cosas!<br />
Los quehaceres de Sofía a los catorce y quince años salieron de las cuatro<br />
paredes de la tienda y salió, con ellos, el espíritu indómito de nuestra protagonista.<br />
Plantaba millo, cebada, cogía papas, andaba con los animales...<br />
- Un día me mandó mi padre a plantar cebada en un bocado que ya tenía<br />
plantado una parte de millo, y me equivoqué de tierras. ¡Si llego a tener un agujero,<br />
me entierro! ¡Con el miedo que yo le tenía a mi padre! Me dijo muy serio: “debería<br />
de mandarte a sacar las semillas una a una…” Aquel hombre flaco de casi dos<br />
Gran Canaria<br />
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