R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes

Mi abuelo Pedro: miseria de ida y vuelta
devuelto las perras una a una, mi casa y mi huerto son tuyos.
—Hombre, compadre no hay que llegar tan lejos, pero si ese es tu gusto,
hecho queda, faltaría más —asintió el compadre con un apretón de manos.
Por aquellos tiempos y entre aquellas gentes, una palabra sellada con un
apretón de manos, tenía más valor que la más completa escritura notarial de
nuestros tiempos.
VIAJE SIN RETORNO
Me place imaginar que la maleta que mi abuelo Pedro llevaba ese día en su
mano era la maleta del emigrante canario que el poeta Pedro Lezcano describiera
años más tarde como: “Una maleta grande de madera, la que mi abuelo
llevó a La Habana, y mi padre a Venezuela, y rodeándola un hilo de pitera...”.
Un frío fino, un frío intenso, un frío impertinente y desagradable solía acompañar
los amaneceres de la ciudad de Arrecife, y también esa mañana el frío hizo
acto de presencia en el puerto justo en el momento que mi abuelo, habiendo
dejado en el pueblo todo lo que tenía y llevándose consigo solo miseria e ilusión,
subía a bordo de un buque de vela y motor con destino a La Habana.
El viento soplaba con fuerza del Este, la nave desplegó sus velas y puso proa
al Oeste. Una última mirada atrás para comprobar cuán cierto era que siempre
atrás quedaban en el adiós los pañuelos y
unas pupilas borrosas de quienes sueñan
con el día del regreso, y otra mirada hacia
delante: al mar, al cielo y al viento, una mirada
a la otra orilla, la orilla de la esperanza.
Ahora era necesario llegar, había que
llegar, había que alcanzar la costa americana,
si ya lo hizo Colón en peores condiciones,
cómo ellos no lo iban a conseguir.
Las tormentas, el duro oleaje e incluso los
ciclones como el que hundió al Valbanera,
eran solo probabilidades. Nadie les podía
garantizar que no encontraran peligros
en el camino, o que no tuvieran que luchar
contra el mar tenebroso antes de
Lanzarote
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