R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes

Querida abuela, querido nieto: relatos epistolares
muy anchos. Me encantaba colarme
allí con otras niñas, sólo
por estar en aquel ambiente de
mujeres y chicas jovencitas con
sus cuadrados bastidores sacando
hebras de la tela o ya calando.
Todo entre conversaciones
y bromas que se hacían unas a
otras, o bien en silencio oyendo
algún serial radiofónico. Era una
gozada participar de aquel ambiente
agradable y relajado y me
parecía de auténtica magia que
consiguieran aquellos increíbles
calados de diferentes dibujos a
partir de una tela lisa y sólo con
una aguja e hilo. ¡Qué pena que
nunca aprendí a calar! Y ahora ya
la vista no me ayudaría aunque quisiera...
No sé si se alojaba allí, pero en esa casa vi y oí muchas veces a Néstor
Álamo, que para mí entonces era una persona totalmente anónima y fue al
crecer cuando fui consciente de su importancia, por todo lo que contribuyó a
nuestro folklore canario.
En Vegueta, y supongo que también en otros barrios, era habitual oír por
las mañanas el campanilleo que anunciaba el paso de un rebaño de cabras
ocupando todo el ancho de la calle. Al oírlo, las vecinas salían a la puerta de
sus casas con el hervidor, que era un caldero de aluminio con el asa a un solo
lado. Le compraban la leche al cabrero, que ordeñaba las cabras allí mismo,
en medio de la calle, y la servían en el hervidor con una jarrita de metal que
llamaban “una cuarta”.
- “¿Cuántas cuartas quiere, señora?”, le oíamos preguntar al cabrero, que
ordeñaba, despachaba y seguía su camino calle abajo, siempre con un perro
delante de sus cabras. ¿Sería para cuidar el rebaño o para servirles de guía?
¿Y cómo olvidar el carro de la basura? Era un carro de madera tirado por
Tenerife
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