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R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes

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230<br />

Gran Canaria<br />

Rescatando la memoria<br />

metros imponía mucho.<br />

Teníamos un becerro malo como el diablo. Yo me hacía la valiente muchas veces<br />

y me ofrecí a llevarlo a la trilla. El condenado bicho me llevó arrastrando hasta la<br />

poceta y luego lo llevé yo a él, arrastrando también, hasta las tierras. ¡Que cómo no<br />

me “desrrisqué” con aquel pedazo de animal…!<br />

Trabajaba mucho la muchacha. Todas las manos eran pocas para una casa<br />

que se llenaba de vida cada año. Un nacimiento era una bendición de Dios, pero<br />

para las progenitoras de aquella familia era un trabajo añadido.<br />

- Recuerdo que cuando mi madre estaba embarazada de Rosi, la más pequeña,<br />

nosotras, Clora y yo, no supimos nada hasta que dio a luz. No sé qué arte tenía<br />

Rosarito para camuflar la barriga. O tal vez sería que nosotros ni nos fijábamos en<br />

esas cosas. ¡Si llegas a ver el enfado que cogió Clora! Estuvo días para entrar a ver<br />

a mi madre y a la pequeña.<br />

El padre de aquella enorme prole quedó descrito antes. Pero el respeto que<br />

le tenían sus hijos lo escribo ahora. Era hombre de pocas palabras pero cuando<br />

abría la boca los chiquillos se ponían derechos como velas. Era muy estricto. Y<br />

esto a Sofía le sacaba de quicio.<br />

- ¡No nos dejaba ir a ninguna parte! Una vez le pedimos permiso para ir al cine<br />

a Valleseco. Recuerdo que la película que proyectaban era “El beso de Judas”. Antonio<br />

Chirino recogía a toda la muchachería y nos llevaba en su camioneta. Pues mi<br />

padre no nos dejó ir: “Donde todos van, quédate tú”. Al día siguiente nos despertó<br />

mi madre y nos dijo: “levántense muchachas, a ver si van a buscar a la gente, que<br />

todavía no han llegado de Valleseco…” ¡Encima recochineo!<br />

Otro día, don Domingo Báez le dijo a mi padre que nos dejara ir a Tamadaba.<br />

Todavía me acuerdo de lo molida que terminé. Era un día de San Juan y tuvimos un<br />

trabajo terrible en la tienda. Desde siempre, al día siguiente de la fiesta se hacía un<br />

sancocho en el pinar. El señor cura le dijo a mi padre: “Déjalas ir, hombre, que ayer<br />

trabajaron como mulas”. Y mi padre le respondió: “Pues por eso, como trabajaron<br />

mucho hoy tienen que descansar…”.<br />

Pero no crean que el panorama de un padre tan estricto ensombrecía la<br />

vida de Sofía. El ingenio se le agudizó y entre tanto trabajo, tantos niños chicos<br />

y tanta miseria, la joven tuvo una juventud muy movidita. Ella recuerda que fue<br />

feliz. Y a veces pienso que las travesuras actuales de los niños y jóvenes no tienen<br />

que ver con las que nuestra protagonista llevaba a cabo en su universo de

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