R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes
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Gran Canaria<br />
Rescatando la memoria<br />
libros de bautismo en el que inscribían a sus hijos y sólo aparecía el nombre<br />
del padre. Esas actas que aún se conservan en el Archivo de la Catedral de<br />
Las Palmas dan cuenta de varios ejemplos:<br />
“Se bautiza a Francisca, hija de Sancho de Paredes”.<br />
No figura el nombre de la madre como era, -y sigue siendo- lo usual.<br />
Incluso cuando la situación de los padres del bautizado fuera irregular<br />
para la época como podría ser el caso de una soltera que ha tenido un hijo<br />
y se decide a inscribirlo, aparecen los nombres de ambos progenitores:<br />
“Bautismo de Juana de la Torre, hija de Lázaro, Regidor, y de Isabel de la<br />
Gomera, mujer soltera”.<br />
“Se da fe del nacimiento de Luisa, hija de María Mayor, mujer soltera”.<br />
Estas mujeres no tuvieron ningún inconveniente en reconocer su maternidad<br />
(y, con toda seguridad, hacerse cargo de sus hijas). Mi madre, no. Ella<br />
después de darme a luz optó por dejarme con mi abuela, Candelaria, y huir<br />
de mi lado. Mi padre ya lo había hecho con anterioridad. Dos ausencias que<br />
podían haberme marcado pero que no fue así gracias a los cuidados y a la<br />
actitud de mi abuela que se opuso rotundamente a que yo alimentara rencores<br />
contra los que me dieron la vida.<br />
Me levanto de mi sillón y recorro la sala de clase. No deseo volver a<br />
nuestra casa del centro de Arucas (Arehucas se llamó en otro tiempo como<br />
lo escribiera Andrés Bernáldez, el cronista de los Reyes de Castilla y me<br />
había explicado Candelaria cientos de veces). Siempre me ha hecho ilusión<br />
regresar y encontrarme a mi abuela perfectamente peinada, con uno de sus<br />
vestidos de punto y calzada con limpísimos zapatos planos, nunca con esas<br />
zapatillas anchas y deformadas que suelen llevar algunas de las mujeres de su<br />
edad. Ella me esperaba con la merienda preparada y sonreía al decirme:<br />
-Toma, tu gofio y tu eterno vaso de “abo”.<br />
-¿Qué es eso de “abo”? –Interrogué sorprendida.<br />
-Agua, en el lenguaje guanche. Y ese idioma se llamaba “xilaj” ¿no son<br />
vocablos preciosos? “Abo”, “xilaj” – y parecía recrearse en su fonética-. Son<br />
palabras redondas como sol, como nieve, como azúcar. Círculos perfectos.<br />
Como mar, por eso te puse ese nombre.<br />
Mi abuela y su afición por los fonemas, por los sintagmas y por las frases.<br />
Su costumbre por detenerse en una palabra, tanto si se trataba de un voca-