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50<br />

Gran Canaria<br />

Rescatando la memoria<br />

libros de bautismo en el que inscribían a sus hijos y sólo aparecía el nombre<br />

del padre. Esas actas que aún se conservan en el Archivo de la Catedral de<br />

Las Palmas dan cuenta de varios ejemplos:<br />

“Se bautiza a Francisca, hija de Sancho de Paredes”.<br />

No figura el nombre de la madre como era, -y sigue siendo- lo usual.<br />

Incluso cuando la situación de los padres del bautizado fuera irregular<br />

para la época como podría ser el caso de una soltera que ha tenido un hijo<br />

y se decide a inscribirlo, aparecen los nombres de ambos progenitores:<br />

“Bautismo de Juana de la Torre, hija de Lázaro, Regidor, y de Isabel de la<br />

Gomera, mujer soltera”.<br />

“Se da fe del nacimiento de Luisa, hija de María Mayor, mujer soltera”.<br />

Estas mujeres no tuvieron ningún inconveniente en reconocer su maternidad<br />

(y, con toda seguridad, hacerse cargo de sus hijas). Mi madre, no. Ella<br />

después de darme a luz optó por dejarme con mi abuela, Candelaria, y huir<br />

de mi lado. Mi padre ya lo había hecho con anterioridad. Dos ausencias que<br />

podían haberme marcado pero que no fue así gracias a los cuidados y a la<br />

actitud de mi abuela que se opuso rotundamente a que yo alimentara rencores<br />

contra los que me dieron la vida.<br />

Me levanto de mi sillón y recorro la sala de clase. No deseo volver a<br />

nuestra casa del centro de Arucas (Arehucas se llamó en otro tiempo como<br />

lo escribiera Andrés Bernáldez, el cronista de los Reyes de Castilla y me<br />

había explicado Candelaria cientos de veces). Siempre me ha hecho ilusión<br />

regresar y encontrarme a mi abuela perfectamente peinada, con uno de sus<br />

vestidos de punto y calzada con limpísimos zapatos planos, nunca con esas<br />

zapatillas anchas y deformadas que suelen llevar algunas de las mujeres de su<br />

edad. Ella me esperaba con la merienda preparada y sonreía al decirme:<br />

-Toma, tu gofio y tu eterno vaso de “abo”.<br />

-¿Qué es eso de “abo”? –Interrogué sorprendida.<br />

-Agua, en el lenguaje guanche. Y ese idioma se llamaba “xilaj” ¿no son<br />

vocablos preciosos? “Abo”, “xilaj” – y parecía recrearse en su fonética-. Son<br />

palabras redondas como sol, como nieve, como azúcar. Círculos perfectos.<br />

Como mar, por eso te puse ese nombre.<br />

Mi abuela y su afición por los fonemas, por los sintagmas y por las frases.<br />

Su costumbre por detenerse en una palabra, tanto si se trataba de un voca-

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