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R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes

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Una infancia en Artenara: El jardín de Sofía<br />

tierras y riscos, en aquellas cumbres perdidas de todo. Claro, aquello eran otros<br />

tiempos y, también, como otro mundo, que había que llenar con mucha fantasía<br />

para entretenerse. Pero a veces coinciden.<br />

- Teníamos poco tiempo libre y siempre estábamos buscando la risa. Una vez<br />

fuimos a casa de mi tía Clorinda a una descamisada de piñas. Tenía ella en su casa<br />

a unos pintores. Yo empecé a descamisar, pero aquello estaba resultando aburrido.<br />

Me jugué con no sé quién, que yo acertaba tirar el carozo a no recuerdo dónde. Tuve<br />

tan mala puntería que le di a uno de los pintores en la cara. El hombre salió como<br />

un energúmeno gritando: ¡Si es macho, que salga el que me tiró la piña…! Imagínate…<br />

Yo me quedé callada como “junco”. ¡Y nadie abrió la boca! Que si no, sabían a<br />

lo que atenerse… También me acuerdo de un día en misa…<br />

Las misas daban para mucho en un pueblo en donde no había muchas posibilidades<br />

a la hora de divertirse. Además, era obligatoria la asistencia de toda<br />

familia de bien.<br />

- Yo llevaba toda la tarde planchando con aquellos endemoniados instrumentos<br />

de carbón que te dejaban las narices destrozadas. Mi madre entró en la cueva<br />

y me dijo: “¡Ándate rápido, que están tocando a dejar!”. “¡A dejarme tranquila es<br />

a lo que deberían de tocar!”, pensaba yo. De nada sirvió que le dijera que no<br />

me daba tiempo, que me tenía que asear, que no podría vestirme ya... “Ponte un<br />

abrigo encima del trajillo y arranca”. El trajillo<br />

estaba hecho un harapo. Sucio no, porque eso<br />

sí, limpio estaba; pero desmigajado lo estaba<br />

de por demás. Llegué a la iglesia y me puse<br />

al lado de mi prima Isabel. “¡Qué guapa estás!”,<br />

me dijo nada más verme. Yo empecé a<br />

tirar de los hilos del traje sacándolos por fuera<br />

de la manga del abrigo y le dije: “Jodiendo<br />

al suelo y engañando al cielo”. ¡Para qué fue<br />

aquello! Las risas trataban de asfixiarnos. Y el<br />

cura, uno venido de la capital para Semana<br />

Santa, hubiera hecho lo propio si hubiéramos<br />

estado más cerca. Se limitó a decirnos que las<br />

señoritas deberían de tener un poco más de<br />

formalidad. Ni qué decir tiene que tan pronto<br />

Gran Canaria<br />

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