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162<br />

Lanzarote<br />

Rescatando la memoria<br />

—Si uno realmente quiere hacer un poco de dinero y volver a la tierra,<br />

fabricar en condiciones esta casa y comprar una buena finca, hay que salir de<br />

las islas.<br />

—Para poder volver, primero tendrás que llegar, ¿o es que ya no te acuerdas<br />

del Valbanera? —replicó Isabel en clara alusión al hundimiento que recién había<br />

ocurrido frente al puerto de La Habana, donde más de cuatrocientos canarios<br />

hundieron para siempre sus esperanzas en el fondo del océano.<br />

—Bueno, mujer, que se hunda un barco, no quiere decir que se hundan<br />

todos—replicó el marido.<br />

—Pues mira, también los hay, y tú lo sabes, algunos que sin hundirse el barco<br />

no han vuelto, y cállate ya que el horno no está “pá bollos”—concluyó mi<br />

abuela Isabel.<br />

A la mañana siguiente, mi abuelo parecía otro hombre. Había tomado una<br />

decisión firme y se dijo a sí mismo: -“me voy pá La Habana, como Pedro que<br />

me llamo”, se levantó muy temprano y se dirigió a casa de Nicolás, su compadre<br />

y mejor amigo.<br />

—Compadre, esto no hay quién lo aguante, ¡carajo! Son cuatro hijas y otro<br />

en camino, ya somos muchos a comer —dijo Pedro, preparando el terreno para<br />

lo que le pediría más tarde.<br />

—Oye, Pedrito, que conste que yo, con lo de tus cuatro hijas y media, no<br />

tengo nada que ver, ¡baladrón! ¡Tunante! Tú sabrás lo que has hecho, pero aquí<br />

me tienes, compadre, que los amigos no estamos sólo para decirnos adiós<br />

—contestó Nicolás, sabedor de que algo le iba a pedir.<br />

—Mira, chico, aquí no hay trabajo, no cae ni una garuja de agua y en la tierra<br />

ya no se puede plantar ni una jodida papa. ¡Estoy harto! Me voy para Cuba, salga<br />

el sol por donde salga. —Mi abuelo hizo una pausa y continuó—si las cosas me<br />

van bien, en un par de años vuelvo y arrastro con toda la tropa para allá, hasta<br />

que podamos volver con las alforjas llenas.<br />

Y sin darle tiempo al compadre para que reaccionara, mi abuelo remató la<br />

faena:<br />

—Compadre, lo que vengo a decirte es que, en cuanto yo reciba la carta de<br />

llamada de mi cuñado Matías desde la Habana, voy a necesitar que me prestes<br />

doscientas cincuenta pesetas para el pasaje, eso sí, tú ya me conoces, y sin esta<br />

condición no lo aceptaré: si pasados dos años de esta conversación, yo no te he

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