R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes
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Tenerife<br />
Rescatando la memoria<br />
un burro que recorría nuestras calles con sus dueños, un matrimonio muy particular:<br />
Paco y Rosarito. Mientras uno cuidaba del carro, el otro –casi siempre<br />
ella- subía hasta nuestra cocina a recoger “las fregaduras” (no sé por qué se<br />
llamaban así), que eran las sobras y desperdicios de nuestras comidas y que<br />
ellos utilizaban para alimentar los cochinos que criaban en sus chiqueros. Al<br />
mismo tiempo, se llevaban toda la basura que se reunía en la casa. Nunca me<br />
planteé qué harían ellos con esa basura que no era aprovechable.<br />
Todos son recuerdos entrañables de mi infancia. Pero en la memoria de<br />
mi corazón tienen un sitio especial las vivencias infantiles de contacto con<br />
la naturaleza. Por ejemplo, nunca olvidaré la ilusión que me hacía subir a<br />
la azotea con una cestita a coger los huevos que ponían las gallinas en los<br />
ponederos. En aquella época todas las azoteas tenían un gallinero y no sólo<br />
comíamos los huevos frescos cada día, sino que también se engordaba un<br />
gallo para que estuviera bien hermoso y servirlo en Navidad como plato<br />
suculento. Y hoy se come pollo con tanta frecuencia que no tiene nada de<br />
plato especial.<br />
Ir a la azotea con mis hermanos me chiflaba, pero no siempre nos daban<br />
permiso para subir, y es que en las azoteas de entonces, además de un gallinero,<br />
había una pileta para lavar la ropa. Por supuesto no había lavadoras ni secadoras,<br />
y toda la ropa, después de bien enjabonada y enjuagada a mano en las<br />
piletas, se tendía para que se secara, blanqueándose al sol. Los días que estaba<br />
la ropa tendida no podíamos subir los niños porque, jugando, la ensuciábamos.<br />
Además, había otro problema: tenía que subir un adulto con nosotros para<br />
evitar que nos alongáramos a los muros y nos pudiéramos caer a la calle. Sin<br />
embargo, y aunque parezca una contradicción, sí que nos dejaban ir solos por<br />
el barrio, y es que había tan poco tráfico que era muy remoto el peligro de<br />
que nos atropellaran.<br />
Otros recuerdos totalmente imborrables son los de algunos veranos que<br />
pasé en el pueblo de mi padre: San Mateo. Aquellas mañanas en que íbamos<br />
todos los niños de la familia al alpende a desayunar...Llevábamos cada uno un<br />
tazón –lo llamábamos escudilla-, una cuchara y una latita de gofio. Allí el medianero<br />
ordeñaba una vaca directamente encima de nuestras escudillas. Cuando<br />
hablo de esto o lo recuerdo en silencio, parece que aún paladeo aquella leche<br />
espumosa y calentita con el gofio de millo bien tostado. Nunca he vuelto a