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R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes

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186<br />

Tenerife<br />

Rescatando la memoria<br />

un burro que recorría nuestras calles con sus dueños, un matrimonio muy particular:<br />

Paco y Rosarito. Mientras uno cuidaba del carro, el otro –casi siempre<br />

ella- subía hasta nuestra cocina a recoger “las fregaduras” (no sé por qué se<br />

llamaban así), que eran las sobras y desperdicios de nuestras comidas y que<br />

ellos utilizaban para alimentar los cochinos que criaban en sus chiqueros. Al<br />

mismo tiempo, se llevaban toda la basura que se reunía en la casa. Nunca me<br />

planteé qué harían ellos con esa basura que no era aprovechable.<br />

Todos son recuerdos entrañables de mi infancia. Pero en la memoria de<br />

mi corazón tienen un sitio especial las vivencias infantiles de contacto con<br />

la naturaleza. Por ejemplo, nunca olvidaré la ilusión que me hacía subir a<br />

la azotea con una cestita a coger los huevos que ponían las gallinas en los<br />

ponederos. En aquella época todas las azoteas tenían un gallinero y no sólo<br />

comíamos los huevos frescos cada día, sino que también se engordaba un<br />

gallo para que estuviera bien hermoso y servirlo en Navidad como plato<br />

suculento. Y hoy se come pollo con tanta frecuencia que no tiene nada de<br />

plato especial.<br />

Ir a la azotea con mis hermanos me chiflaba, pero no siempre nos daban<br />

permiso para subir, y es que en las azoteas de entonces, además de un gallinero,<br />

había una pileta para lavar la ropa. Por supuesto no había lavadoras ni secadoras,<br />

y toda la ropa, después de bien enjabonada y enjuagada a mano en las<br />

piletas, se tendía para que se secara, blanqueándose al sol. Los días que estaba<br />

la ropa tendida no podíamos subir los niños porque, jugando, la ensuciábamos.<br />

Además, había otro problema: tenía que subir un adulto con nosotros para<br />

evitar que nos alongáramos a los muros y nos pudiéramos caer a la calle. Sin<br />

embargo, y aunque parezca una contradicción, sí que nos dejaban ir solos por<br />

el barrio, y es que había tan poco tráfico que era muy remoto el peligro de<br />

que nos atropellaran.<br />

Otros recuerdos totalmente imborrables son los de algunos veranos que<br />

pasé en el pueblo de mi padre: San Mateo. Aquellas mañanas en que íbamos<br />

todos los niños de la familia al alpende a desayunar...Llevábamos cada uno un<br />

tazón –lo llamábamos escudilla-, una cuchara y una latita de gofio. Allí el medianero<br />

ordeñaba una vaca directamente encima de nuestras escudillas. Cuando<br />

hablo de esto o lo recuerdo en silencio, parece que aún paladeo aquella leche<br />

espumosa y calentita con el gofio de millo bien tostado. Nunca he vuelto a

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