compendio

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extremo. Le hizo montar en un soberbio ca­
ballo precedido de doce lictores burlescos. Los
guardias iban en camellos, y tenían pendien­
tes de la cintura bolsas vacías. Servian de tro­
feos las cabezas ensangrentadas de muchos sol­
dados romanos clavadas en diferentes lanzas.
Cerraba la marcha una compañía de prostitu­
tas , que con lascivas canciones acababan de
deshonrar la memoria de Craso. Concluida la
procesión insultante, sacó Sureña, en presen­
cia del senado de Seleucia, una colección de
cuentos deshonestos conocidos con el nombre
de fábulas milesias, hallada en el bagage de
un joven Romano. „Estas son las obras, di-
xo el Parto, que los Romanos ponen en las
manos de la juventud : por aquí podéis juz­
gar qual sea la corrupción de sus costumbres,
y lo que pueden ser unos soldados que tienen
tan estragado el gusto." A la verdad, hay gran­
de diferencia entre gustar del placer como Su­
reña , entregándose á él en la ocasión, y en­
tre ocuparse en avivar con infames medios las
centellas de las pasiones que debieran apagarse.
Poco sobrevivió Sureña á este triunfo irri­
sorio ; porque fuese por envidia ó por otra
razón política, Orodes le quitó la vida , con
ser así que le debia el trono. Quando presen-