Descargar libro - Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau

parásita regida como ninguna otra en su tiempo por la política al uso,contribuirían a hacer de la burla y el humor más cruel parte inseparablede su cotidiano de vida. Prácticamente, todas sus manifestaciones visuales–entendidas estas como los medios de comunicación del período–hicieron uso de la ilustración humorística; la escultura, la pintura, elmosaico y la cerámica, son de las más notables, las que no pocas vecescomplementaron sus mensajes con información manuscrita o lapidaria.Y creó otras dos, o al menos las desarrolló como ninguna otra cultura lohabía hecho hasta entonces: el graffiti y el llamado pasquín, antecedentelejano del cartel moderno.La Edad Media no fue menos en el manejo de una representación entrecaricaturesca y grotesca en función del proceso de concienciación de lamasa de creyentes. El analfabetismo imperante en la misma, incluso, entrelos eclesiásticos –excepción sólo hecha con el alto clero y los másencumbrados dignatarios de la Iglesia–, hizo de la imagen visual formapreferente de su modelo comunicativo, sólo segunda de la oral. Bóvedas,paredes, puertas y capiteles de templos, capillas y conventos, literalmente,se tapizaron con dibujos, frescos y relieves (bajos, medios yaltos), en los que se plasmó de manera obsesiva y con una visión maniqueade la vida, los temas o asuntos recurrentes de su retórica persuasivaalusivos a las formas de manifestarse entre los mortales el bien y el mal.A estas últimas formas, y un poco a remedo del ideal platónico en cuantoa la risa, respondió el más alucinante repertorio icónico concebido porideología alguna hasta la fecha, en el que una demonología entre fantásticay terrorífica, apuntó a tópicos tales como el diablo, el infierno, el juiciofinal, la danza macabra, el pecado de la carne y, por extensión, delsexo, entre los más perdurables en la cultura occidental. No es casualque un escritor y comunicador social de la talla de Umberto Eco, hayahecho de los textos relacionados con el «horror» de reír, el móvil centralde su novela El nombre de la rosa. Tampoco lo es, que la haya ubicadoen el contexto propicio de un monasterio de la baja Edad Media, enparticular, el scriptorium: local de los copistas o amanuenses, donde nofaltan manuscritos miniados con dibujos burlescos, cuya lectura oblicuao simbólica apela a animales como el burro, tocado con capirote deherético –de donde le viene a nuestra cultura llamar «burro» a la persona13Massaguer.pmd 1326/10/2010, 16:52