Descargar libro - Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau

3Hacia la década del ochentadel siglo XIX, el antiguoproductor criollo que molíaen su trapiche la caña queél mismo cultivaba con unnúmero de esclavos y peones,se tornó en colono, o sea,cultivador de caña para ingenioajeno, principalmente,de capital norteamericano,con gran merma de suindependencia económica.22una de las mayores concentraciones de grandes fábricas de azúcar: losmodernos centrales. Y si bien por esta fecha ya no tenía igual concentraciónde dotaciones de esclavos, debido a la abolición de la esclavitudy la aparición del colono, 3 la población de origen africano asentada ensu territorio y las líneas férreas que la conectaban con el interior de la Isla–la primera se construyó un año después del tramo Habana-Bejucal (1837)–,eran testimonios vivos de una prosperidad pasada sobre la cual se sustentabasu importancia presente, y que la había hecho, junto con el puertopinareño de Mariel, extremos últimos del más importante eje exportadorde azúcar del occidente de la Isla.Pero entre todas estas primicias que ufanaban a los cardenenses en elaño del nacimiento de nuestro biografiado, al punto de inscribir en la partesuperior de su escudo la divisa Primus in Cuba, una sobrepasaba alas demás: ser la ciudad donde por primera vez se izó la bandera de la estrellasolitaria, futura enseña nacional de los cubanos. Vinculada comoestaba a su hecho histórico más relevante hasta la fecha, la fracasadaexpedición bélica del general Narciso López, ocurrida el 19 de mayo de1850, sólo quedaba de aquella gesta el hotel donde ondeó durante horasla bandera de ejemplar diseño, y un deseo confeso entre sus hijosmás preclaros: avizorar una salida política a la contradicción existenteentre colonia y metrópoli, para lo cual escogían las quietas horas de latarde en el litoral, como si de este lado del horizonte viniera toda posiblesolución. Desde entonces, o desde siempre, cuando de reflexionar sobrela situación del país se trata, los cubanos de tierra adentro miranhacia el cielo; los de la costa, hacia el mar.Conrado Francisco Gualterio, tal y como lo imponía la época para quedarbien con la tradición y el santoral católico, no tenía todavía edadpara mirar el mar con el interés que lo hacían sus coterráneos cuando setrasladó con sus padres y dos hermanos para la capital de la Isla. Contabaentonces tres años de edad. En La Habana, la familia Massaguer seinstaló en los altos de la esquina de Jústiz y Baratillo. De aquella su primeracasa habanera, lo que más le agradó fue el balcón. Atalaya permanentedel niño, desde allí veía el puerto: la estrecha boca de entrada, elbaño de los caballos en los bajíos que propiciaba el ensanche del canal ylas imponentes murallas de El Morro y La Cabaña, que, junto con las deMassaguer.pmd 2226/10/2010, 16:52