Case sacó un Yeheyuan; Pierre se lo encendió con el Dunhill de oro. -¿Te protegeríaArmitage? -La pregunta fue puntuada por el golpe seco de las brillantes mandíbulas delencendedor.Case levantó la mirada hacia Pierre, a través del dolor y la amargura de la betafenetilamina.-¿Cuántos años tienes, jefe?-Los suficientes para saber que estás jodido, quemado, que esto ha terminado, y que ya nonos sirves.-Una cosa -interrumpió Case. Dio una pipada y lanzó el humo hacia el agente del RegistroTuring-. ¿Tenéis jurisdicción real aquí? Quiero decir, ¿el equipo de seguridad de Freeside notendría que estar en esta fiesta? Al fin y al cabo es su terreno, ¿verdad? - Vio cómo los ojososcuros se endurecían en el delgado rostro de niño y se preparó para el golpe, pero Pierre sólose encogió de hombros.-No tiene importancia -dijo Roland-. Tú vendrás con nosotros. Nos sentimos como en casaen situaciones de ambigüedad legal. Los tratados bajo los cuales opera el Registro nospermiten márgenes muy flexibles. Y nosotros creamos flexibilidad, en las situaciones en quese requiera. -La máscara de afabilidad había desaparecido de golpe: los ojos de Roland erantan duros como los de Pierre.-Eres más que tonto -dijo Michele, poniéndose de pie, empuñando la pistola-. No tepreocupa tu especie. Durante miles de años los hombres han soñado hacer un pacto con eldemonio. Sólo ahora es posible. ¿Y con qué te pagarían? ¿Cuál seria tu precio por ayudar aque esa cosa se liberara y creciese? -Había en su voz juvenil un cansancio, producto de laexperiencia, que ninguna chica de diecinueve años podría haber tenido.- Ahora te vas a vestir.Vendrás con nosotros. Regresarás con nosotros a Ginebra, junto al que tú llamas Armitage,para testificar en el juicio de esa inteligencia. En caso contrario, te matamos. Ahora. -Alzó lapistola, una Walther negra y pulida con silenciador incorporado.-Ya -me estoy vistiendo -dijo Case, tambaleándose hasta la cama. Aún tenía las piernasdormidas, torpes. Forcejeó con una camiseta limpia.-Tenemos una nave esperando. Borraremos la estructura de Pauley con un arma depulsaciones.-Los de la Senso/Red se van a morir de gusto -dijo Case, pensando: Y todas las pruebas enel Hosaka.-Ya se han metido en problemas, por haber tenido esa cosa.Case se puso la camiseta. Vio el shuriken en la cama, metal inanimado, su estrella. Buscó larabia. Ya había desaparecido. Era hora de renunciar, dejarse llevar por la corriente... Pensó enlos saquitos de toxina. -Aquí viene la carne -musitó.En el ascensor que subía a la pradera, pensó en Molly. Tal vez ya estuviera en Straylight.Cazando a Riviera. Cazada, quizás, por Hideo, quien era muy probablemente el ninja-clonode la historia del finlandés, que había llegado para recuperar la cabeza parlante.Apoyó la frente en el plástico negro y mate de un panel que hacía las veces de muro y cerrólos ojos. Las piernas lo sostenían apenas: eran de madera, vieja, agrietada y pesada por lalluvia.Estaban sirviendo la comida bajo los árboles, bajo las brillantes sombrillas. Roland yMichele volvieron a interpretar su papel, charlando animadamente en francés. Pierre losseguía de cerca. Michele mantenía el cañón de la pistola junto a las costillas de Case,escondiendo el arma con una chaquetilla blanca que llevaba enrollada en el brazo.Cuando atravesaba el prado, serpenteando entre las mesas y los árboles, Case se preguntó siella le dispararía en caso de que él se desplomara en aquel momento. En los bordes de sucampo visual había una reverberación de pieles negras. Alzó la vista hacia la tórrida cinta102
lanca de la armadura Lado-Acheson y vio una mariposa gigante que revoloteaba con graciabajo el cielo grabado.En el linde del prado se encontraron junto a la baranda del acantilado, donde las floressilvestres danzaban en la corriente ascendente del cañón que era Desiderata. Michele serevolvió el pelo corto y negro y apuntó, diciendo a Roland algo en francés. Daba la impresiónde sentirse auténticamente feliz. Case siguió la dirección de la mano de ella, y vio la curva delos lagos, el blanco destello de los casinos, los rectángulos turquesa de mil piscinas, loscuerpos de los bañistas, minúsculos jeroglíficos de bronce, todo ello suspendido en unaserena aproximación gravitatoria bajo la interminable curva del casco de Freeside.Siguieron la baranda hasta un ornamentado puente de hierro que se arqueaba sobreDesiderata. Michele lo empujó con el cañón de la Walther.-Tómalo con calma; hoy apenas puedo caminar.Habían recorrido poco más de un cuarto del trayecto cuando el microligero atacó; ensilencio -por su motor eléctrico- hasta que las aspas de fibra de carbono rebanaron la cima delcráneo de Pierre.Permanecieron un instante bajo la sombra del aparato. Case sintió en la nuca el chorro desangre caliente, y luego alguien lo hizo caer. Rodó, para ver a Michele tumbada boca arriba,con las rodillas en alto, empuñando la Walther con ambas manos. Cuánto esfuerzodesperdiciado, pensó Case, con la extraña lucidez de la conmoción: pretendía derribar elmicroligero a tiros.Y luego se encontró corriendo. Miró hacia atrás al pasar junto al primer árbol. Rolandcorría tras él. Vio entonces el frágil biplano que derribaba la baranda de hierro del puente, sedoblaba y tocaba tierra barriendo a la chica y arrastrándola hacia el fondo de Desiderata.Roland no había vuelto la vista atrás. Tenía el rostro transido, blanco; los dientes aldescubierto. Sostenía algo en la mano.El jardinero robot apresó a Roland cuando pasaba junto al-mismo árbol. Cayó desde lascuidadas ramas; una cosa que parecía un cangrejo, cruzado por rayas diagonales negras yamarillas.-Los mataste -jadeó Case, mientras corría-. Loco hijo de puta, los mataste a todos...103
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