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Neuromante

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un banco de plaza, una nube de polillas blancas alrededor de un farol antiguo, un jardinerorobot a rayas diagonales negras y amarillas.Un amanecer grabado, rosado y violento, reptó por el sistema Lado-Acheson. Se obligó acomer una tortilla en un café de Desiderata, a beber agua, a fumar el último cigarrillo. Yahabía movimiento en la terraza-prado del Intercontinental: una madrugadora concurrenciaque tomaba el desayuno, concentrada en sus cafés y croissants, bajo las rayadas sombrillas.Aún conservaba su ira. Era como estar dormido en un callejón y despertar para encontrarque la cartera seguía en el bolsillo, intacta. Eso lo reconfortaba; no podía darle nombre niobjeto.Bajó en el ascensor revisándose los bolsillos en busca del chip de crédito de Freeside queservía de llave. Las ganas de dormir parecían reales ahora; era algo que podría hacer.Acostarse en la espuma color arena y volver a encontrar el vacío.Estaban esperando allí, tres de ellos, con su perfecta ropa deportiva blanca y sus bronceadosartificiales que contrastaban con la elegancia orgánica y tejida a mano de los muebles. Lachica estaba sentada en un sofá de mimbre, una pistola automática junto a ella sobre elestampado de hojas de los almohadones.-Turing -dijo-. Estás arrestado.98

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