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Neuromante

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El sonrió.Algo se quebró.Algo se movió en el centro de las cosas. La galería se inmovilizó y vibró...Ella ya había desaparecido. El peso de los recuerdos le cayó entonces encima, todo uncuerpo de conocimientos que se le introducía en la cabeza como un microsoft en un zócalo.Había desaparecido. Sintió un olor a carne quemada.El marinero de la camiseta blanca había desaparecido también. La vídeo galería estabavacía, en silencio. Case se volvió poco a poco, encorvando los hombros, mostrando losdientes, las manos involuntariamente cerradas. Vacía. Un papel de caramelo, amarillo yarrugado, se balanceaba al borde de una consola; cayó al suelo entre colillas pisoteadas yvasos de plástico.-Tenía un cigarrillo -dijo mirándose los blancos nudillos del puño-. Tenía un cigarrillo yuna chica y un sitio para dormir. ¿Me oyes, hijo de puta? ¿Me oyes?Unos ecos viajaron bajo la bóveda de la galería, desvaneciéndose en corredores de consolas.Salió a la calle. Había dejado de llover.Ninsei estaba desierto.Los hologramas titilaban, el neón danzaba. Sintió un olor a verdura hervida: el carrito de unvendedor ambulante al otro lado de la calle. Encontró en el suelo un paquete de Yeheyuansin abrir, junto a una caja de cerillas. JULIUS DEANE IMPORT EXPORT. Contempló ellogo impreso y la traducción al japonés.-De acuerdo -dijo, recogiendo las cerillas y abriendo el paquete de cigarrillos-. Te oigo.Subió con calma las escaleras del despacho de Deane. No hay prisa, se dijo, no hay apuro.La deformada cara del reloj Dalí todavía daba la hora equivocada. Había polvo sobre la mesaKandinsky y en las estanterías neoaztecas. Una pared de contenedores de fibra de vidrioblanca llenaba la habitación con un olor a jengibre.-¿La puerta está cerrada? -Case esperó en vano una respuesta. Se acercó a la puerta y tratóde abrirla.- ¿Julie?La lámpara de bronce de pantalla verde arrojaba un círculo de luz sobre el escritorio deDeane. Case miró las entrañas de una arcaica máquina de escribir, cassettes, papelesarrugados, pegajosas bolsas plásticas de muestras de jengibre.Allí no había nadie.Bordeó el voluminoso escritorio de acero y apartó la silla de Deane. Encontró el arma enuna deteriorada funda de cuero sujeta debajo de la tapa del escritorio con cinta plateada; erauna antigüedad, una Magnum 357 de cañón y guardamontes recortados.El mango había sido agrandado con capas de cinta aislante. La cinta estaba vieja, marróncon una reluciente pátina de polvo. Extrajo el cilindro y examinó los seis proyectiles. Erande carga manual. El plomo liso brillaba aún inmaculado.Con el revólver en la mano derecha, Case pasó junto al gabinete a la izquierda del escritorioy se quedó en el centro del desordenado despacho, fuera del área de luz.-Supongo que no tengo prisa. Supongo que es tu espectáculo. Pero toda esta mierda,¿sabes?, se está haciendo un poco... vieja. -Levantó el arma con ambas manos, apuntando alcentro del escritorio, y apretó el gatillo.El culatazo casi le rompió la muñeca. El destello del cañón iluminó el despacho como unabombilla de flash. Bala explosiva. Azida. Volvió a levantar el arma.-No tienes por qué hacer eso, hijo –dijo Julie, saliendo de las sombras. Llevaba un ternoespigado de seda, una camisa a rayas y una pajarita. Las gafas le brillaban con la luz.Case giró el arma apuntando al rosado rostro sin edad de Deane.75

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