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Neuromante

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-¿Por qué le ha hecho esto Riviera?Armitage se puso de pie, ajustándose las solapas de la chaqueta. -Duerme un poco, Case.-¿Será mañana entonces?Armitage sonrió, con su sonrisa sin sentido, y se alejó hacia la salida.Case se frotó la frente y miró alrededor. En el salón, los comensales estaban poniéndose depie; las mujeres sonreían mientras escuchaban las bromas de los hombres. Por primera vezadvirtió que había un balcón, y unas velas brillaban aún en la privada oscuridad. Escuchó untintineo de cubiertos de plata, una conversación en voz baja. Las velas arrojaban sombras quedanzaban en el techo.El rostro de la muchacha apareció abruptamente, como si se tratase de una de lasproyecciones de Riviera, las manos pequeñas sobre la madera lustrada de la barandilla.Estaba inclinada hacia adelante, la mirada absorta, le parecía a Case, los ojos oscuros fijos enalgo que estaba más allá. El escenario. Era un rostro llamativo, pero no hermoso, triangular,los pómulos altos y sin embargo de aspecto frágil; la boca ancha y firme, equilibrada enforma curiosa por una nariz estrecha y aguileña, de base acampanada. Y en un instantedesapareció, regresando a las risas privadas y a la danza de las velas.Cuando Case abandonó el restaurante vio a los dos jóvenes franceses y la chica que estabanesperando el barco que los llevaría a la otra orilla del lago, el casino más próximo.La habitación del hotel estaba vacía, el colchón de espuma liso, como una playa cuando lamarea ha bajado. La maleta de ella había desaparecido. Buscó una nota. No había nada.Pasaron varios segundos antes de que la pesadumbre y la tensión le permitieran advertir laescena que se desarrollaba afuera. Miró hacia arriba y contempló un panorama de tiendascaras: Gucci, Tsuyako, Hermes, Liberty.Miró un rato. Al fin sacudió la cabeza y se acercó a un panel que no se había molestado eninvestigar. Desconectó el holograma y fue recompensado con una vista de los edificios deapartamentos aterrazados de la colina de enfrente.Recogió un teléfono y lo llevó hasta el balcón, que estaba más fresco.-Consígame el número del Marcus Garvey -le dijo al operador-. Es un remolque, registradoen el grupo de Sión.La voz electrónica recitó un número de diez cifras. -Señor -añadió-. Se trata de un registropanameño.Maelcum contestó cuando el teléfono ya había sonado cinco veces. -¿Sí?-Case. ¿Tienes un módem, Maelcum?-Sí. En el compás de navegación.-¿Me lo puedes conseguir, hermano? Ponlo en mi Hosaka. Luego enciende la consola. Es elinterruptor con estrías.-¿Cómo te está yendo allí, hombre?-Bueno… Necesito un poco de ayuda.-Ya estoy en camino, hombre. Voy por el módem.Case escuchó unos tenues ruidos estáticos mientras Maelcum conectaba el teléfono. -Meteesto en el hielo -le dijo al Hosaka, cuando escuchó la señal.-Usted está hablando desde un sitio fuertemente vigilado por monitores -aconsejó elordenador.-A la mierda con eso -dijo-. Olvídate del hielo. Sin hielo. Dale entrada a la estructura.¿Dixie?-Eh, Case. -El Flatline habló a través del microcircuito vocal del Hosaka, sin nada de aquelacento cuidadosamente diseñado.89

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