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Neuromante

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clientela era joven, adolescentes casi todos. Parecía que les hubiesen implantado conexionesde carbono detrás de la oreja izquierda, pero ella no se fijaba en ellos. En los mostradoresque había frente a las casetas se exhibían cientos de tiras de microsoft, fragmentos angularesde silicio coloreado montados bajo burbujas transparentes y oblongas, sobre cartulina blanca.Molly fue hacia la séptima caseta de la pared sur. Tras el mostrador, un muchacho de cabezaafeitada miraba sin expresión el vacío; una docena de puntas de microsoft le salía del enchufede detrás de la oreja.-Larry, ¿estás aquí? -Molly se puso frente a él. Los ojos del muchacho la enfocaron. Seincorporó en la silla y con una uña sucia quitó una astilla magenta brillante del enchufe.-Eh, Larry.-Molly -asintió él.-Tengo trabajo para algunos de tus amigos, Larry.Larry sacó una caja plana de plástico del bolsillo de su camisa deportiva roja, la abrió, ycolocó el microsoft junto a otra docena. Vaciló, escogió un lustroso chip negro que eraligeramente más largo que los otros, y se lo insertó suavemente en la cabeza. Entornó losojos.-Molly lleva un pasajero -dijo-, y a Larry eso no le gusta.-Ey -dijo ella-. No sabía que fueras tan... sensible. Estoy impresionada. Cuesta muchollegar a ser tan sensible.-¿La conozco, señora? -La mirada perdida regresó.- ¿Está pensando en comprar software?-Estoy buscando a los Modernos.-Llevas un pasajero, Molly. Esto lo dice. -Dio unos golpecitos a la astilla negra.- Alguienestá usando tus ojos.-Mi socio.-Dile a tu socio que se vaya.-Tengo algo para los Panteras Modernos, Larry.-¿De qué está hablando, señora?-Case, despega -dijo ella, y él movió el interruptor y regresó instantáneamente a la matriz.Impresiones fantasmales del centro del software colgaron durante algunos segundos en lazumbante calma del ciberespacio.-Panteras Modernos -le dijo al Hosaka quitando los trodos-. Un resumen de cinco minutos.-Listo -dijo el ordenador.No era un nombre que él conociera. Algo nuevo, algo que había aparecido después de queél se marchara de Chiba. La juventud del Ensanche era barrida por las modas a la velocidadde la luz; subculturas enteras podían surgir de la noche a la mañana, florecer unos pocosmeses, y luego desvanecerse por completo. -Adelante -dijo. El Hosaka había dado entrada aun conjunto de archivos, diarios y boletines de noticias.El resumen comenzó con una sostenida imagen congelada en colores que a Case le parecióal principio una especie de collage; la cara de un muchacho, recortada de otra imagen ypegada a la fotografía de una pared cubierta de graffiti. Ojos oscuros, pliegues epicánticos,obvio resultado de la cirugía, una malhumorada salpicadura de acné sobre mejillas pálidas yestrechas. El Hosaka descongeló la imagen; el muchacho se movió, fluyendo con la siniestragracia de un mimo que finge ser un depredador de la selva. El cuerpo era casi invisible, undiseño abstracto, una garabateada superficie de ladrillos que se le deslizaba limpiamente porel mono ceñido. Policarbono mimético.Corte a la doctora Virginia Rambali, socióloga de la Universidad de Nueva York, sunombre, profesores, y facultad palpitando por la pantalla en caracteres alfanuméricos rosados.38

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