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Neuromante

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7LLOVIA EN BEYOGLU, y el Mercedes alquilado pasó frente a las ventanas enrejadas yoscuras de los precavidos joyeros griegos y armenios. La calle estaba prácticamente vacía,apenas unas escasas figuras envueltas en abrigos oscuros, volviéndose para mirar elautomóvil.-Antaño esto era el barrio próspero del Estambul otomano, donde vivían los europeos -ronroneó el Mercedes.-Y ahora se ha venido abajo -dijo Case.-El Hilton queda en la Cumhuriyet Cadessi -dijo Molly. Se arrellanó en la gamuza gris deltapizado.-¿Cómo es que Armitage vuela solo? -preguntó Case. Tenía dolor de cabeza.-Porque lo irritas. También me irritas a mí.Case quería contarle la historia de Corto pero decidió no hacerlo. En el avión se habíapuesto un dermo de sueño.El camino desde el aeropuerto era absolutamente recto, como una nítida incisión que abríaen dos la ciudad. Case había visto pasar las alocadas paredes de las chabolas de madera, losbloques de apartamentos, las arcologías, unos lúgubres proyectos de vivienda, más paredes demadera enchapada y metal corrugado.El finlandés, en un traje shinjuku nuevo, negro sarariman, esperaba de mal humor en elvestíbulo del Hilton, como un náufrago en un sillón de pana en medio de un mar de alfombrasde color.-Jesús -dijo Molly-. Una rata vestida de ejecutivo.Cruzaron el vestíbulo.-¿Cuánto te pagan por venir aquí, finlandés? -Molly dejó la maleta junto al sillón. - Apuestoa que no tanto como lo que te pagan por ponerte ese traje, ¿eh?El finlandés retrajo el labio superior. -No lo suficiente, bombón. -Le dio una llavemagnética con una etiqueta amarilla y redonda.- Ya estás registrada. El macho espera arriba.-Miró alrededor.- Esta ciudad es una auténtica mierda.-Como te pongas agorafóbico te sacarán a patadas. Hazte a la idea de que estás en Brooklyno algo. -Dio vueltas a la llave alrededor de un dedo.- ¿Estás aquí de valet o qué?-Tengo que chequearle los implantes a un tipo -dijo el finlandés.-¿Qué pasa con mi consola? -preguntó Case.El finlandés hizo una mueca. -Observa el protocolo. Pregúntale al jefe.Los dedos de Molly se movieron bailando a la sombra de la chaqueta. El finlandés miró yasintió.-Sí -dijo ella-. Sé quién es. -Señaló con la cabeza hacia los ascensores.- Vamos, vaquero. -Case la siguió cargando las dos maletas.La habitación bien podría haber sido la misma de Chiba donde conociera a Armitage. Seacercó a la ventana, casi esperando ver la bahía de Tokio. Al otro lado de la calle había otrohotel. Era una mañana lluviosa. Algunos escribientes se habían refugiado en los portales,con los viejos grabadores envueltos en plástico transparente, prueba de que la palabra escritaaún tenía allí cierto prestigio. Era un país lento. Miró un sedán Citroën de color negro mate,una primitiva célula de conversión de hidrógeno, mientras regurgitaba a cinco oficiales turcosde aspecto hosco que vestían arrugados uniformes verdes. Entraron en el hotel de enfrente.56

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