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Neuromante

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Sintió alrededor la presencia del finlandés: olor a cigarrillos cubanos, humo encerrado en untraje de paño mohoso, viejas máquinas rendidas al rito mineral de la herrumbre.-El odio te hará llegar al final -dijo la voz-. Tantos pequeños detonadores en el cerebro, y túno haces más que dispararlos. Ahora te toca odiar. La cerradura que oculta todo elmecanismo está bajo esas torres que el Flatline te enseñó, cuando entraste. Él no intentarádetenerte.-El <strong>Neuromante</strong> -dijo Case.-El nombre no es algo que yo pueda saber. Pero ahora se ha rendido. De lo que tienes quepreocuparse es del hielo de la T-A. No del muro, sino de los sistemas virales internos. ElKuang es vulnerable a algunas de esas cosas que corren sueltas por aquí.-Odio -dijo Case-. ¿A quién odio yo? Dímelo tú.-¿A quién amas? -preguntó la voz del finlandés.Llevó el programa a un lado y se precipitó hacia las torres azules.Unos cuerpos se lanzaban desde las ornamentadas y fulgurantes agujas: formas que parecíansanguijuelas centelleantes y que eran planos móviles de luz. Había centenares de ellas,elevándose en un remolino, en un movimiento tan aleatorio como una nube de hojas de papelen las calles, al viento del amanecer.-Sistemas de seguridad -dijo la voz.Arremetió hacia arriba, animado por el autoaborrecimiento. Cuando el programa Kuangencontró al primero de los defensores, esparciendo las hojas de luz, sintió que el objetotiburón era menos sustancial: la trama de información era menos firme.Y entonces -vieja alquimia del cerebro y de su inmensa farmacopea- el odio fluyó hacia susmanos.Justo antes de enterrar el aguijón del Kuang en la base de la primera torre, alcanzó un nivelde pericia superior a cualquier cosa que hubiera conocido o imaginado. Más allá del ego,más allá de la personalidad, más allá de la conciencia, se movía; el Kuang se movía con él,evadiendo a sus agresores con una danza arcana, la danza de Hideo; y en ese mismo instante,por la claridad y la simplicidad de su deseo de morir, le fue otorgada la gracia de la internasemente-cuerpo.Y uno de los pasos de esa danza fue un levísimo toque en el interruptor, apenas suficientepara volver.ahoray su voz el grito de un pájarodesconocido,3Jane respondiendo en un canto,tres notas altas y puras.Un verdadero nombre.Jungla de neón, lluvia que salpicaba sobre el asfalto caliente. Olor a comida frita. Lasmanos de una muchacha unidas en la cintura de él, dentro de la sudorosa oscuridad de unataúd de puerto.Pero todo esto se escapaba, como escapa el paisaje urbano: la ciudad que es Chiba, que es lainformación clasificada de la Tessier-Ashpool S.A., las calles y los cruces impresos en la carade un microchip, el dibujo manchado de sudor de una bufanda doblada y anudada.Caminando hacia una voz que era música, la terminal de platino que silbabamelodiosamente, interminablemente, hablando de cuentas suizas numeradas, de un pago a163

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