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Neuromante

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-¿Un colapso del sistema? -El sionita apuntó a la columna de ceros con un dedo enguantado.-No -dijo Case, cogiendo el casco, que se alejaba flotando-. El Flatline dijo que Armitagehabía dejado limpio el Hosaka.-Parece como si lo hubiera borrado con láser, ¿sabes?El sionita apoyó el pie contra la jaula de alambre de una máquina suiza de ejercicios y saliódisparado a través de la maraña flotante de papel, manoseando para quitársela de la cara.-Case...El hombre era pequeño, japonés; tenía el cuello sujeto al respaldo de la estrecha sillaarticulado con algo parecido a un fino alambre de acero. El alambre era invisible sobre laespuma negra del cabezal, y había cortado el cuello hasta la laringe. Una pequeña esfera deoscura sangre coagulada brillaba en el cuello como una extraña piedra preciosa, una perlanegro-rojiza. Case vio los bastos mangos de madera que flotaban a ambos extremos delgarrote, como gastados pedazos de un mango de escoba.-Me pregunto cuánto hace que está así -dijo Case, recordando la peregrinación de Cortodespués de la guerra.-¿Sabe el jefe cómo pilotar una nave, Case?-Tal vez. Estuvo en las Fuerzas Especiales.-Bueno, este muchacho japonés no estaba pilotando. Creo que ni yo hubiera podido hacerlo.Una nave muy nueva...-Llévame hasta el puente.Maelcum frunció el entrecejo, giró hacia atrás, y tomó impulso con un puntapié.Case fue tras él. Llegaron a un espacio más grande, una especie de sala de recibo, troceandoy arrugando las tiras de papel que les impedían el paso. Aquí había más sillas articuladas,algo que parecía un bar, y el Hosaka. La impresora, que seguía regurgitando una endeblelengua de papel, era una unidad empotrada en el tabique, una pulcra ranura en un panel derevestimiento lustrado a mano. Apoyándose en los respaldos de las sillas, Case pasó porencima y fue hasta la impresora. Apretó un botón blanco a la izquierda de la ranura. Elparloteo cesó. Se volvió y miró al Hosaka. La cara del aparato había sido taladrada por lomenos una docena de veces. Los orificios eran pequeños, circulares, los bordes ennegrecidos.Unas pequeñas esferas de aleación negra orbitaban el ordenador muerto. -Tenías razón -ledijo a Maelcum.-Puente cerrado, hombre -replicó Maelcum, desde el otro lado de la sala.Las luces se oscurecieron, brillaron, volvieron a oscurecerse.Case arrancó el papel impreso de la ranura. Más ceros. -¿Wintermute? -Miró alrededor, lasala beige y marrón, el espacio garabateado de flotantes curvas de papel.- ¿Eres tú, con lasluces, Wintermute?Un panel junto a la cabeza de Maelcum se deslizó hacia arriba, revelando un pequeñomonitor. Maelcum, sorprendido, dio un salto. Se enjugó la frente con el parche de espuma dela mano enguantada, y giró para estudiar el display. -¿Puedes leer japonés, hombre? -Casealcanzó a ver unos caracteres que titilaban en la pantalla.-No -dijo Case.-El puente es una cápsula de escape, un bote salvavidas. Está haciendo la cuenta regresiva,parece. -Se ajustó el casco y golpeó los sellos.-¿Qué? ¿Está despegando? ¡Mierda! -Se apoyó contra el tabique, empujó, y salió impulsadoa través de la maraña de papel impreso.- ¡Tenemos que abrir esa puerta!Pero Maelcum golpeaba el costado del casco con las puntas de los dedos. Case vio a travésdel Lexan los labios que se movían. Vio que una gota de sudor caía del borde multicolor de la124

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