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Neuromante

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-Sí -admitió Armitage-, pero no dejes que se te suba a la cabeza. Comparado con lo quetendrás que afrontar, esto es un juguete de vídeo galería.-Te amo, Madre Gata -susurró el enlace de los Panteras Modernos. La voz sonaba comoestática modulada en los audífonos de Case.-Atlanta, Carnada. Parece que ahora sí. Adelante, ¿entendido? -La voz de Molly se oía unpoco más clara.-Escuchar es obedecer. -Los Modernos de Nueva Jersey utilizaban un plato receptorreticulado para que la señal codificada rebotara en un satélite de los Hijos de Cristo Rey enórbita geosincrónica sobre Manhattan. Preferían considerar toda la operación como uncomplicado chiste privado, y su elección de los satélites de comunicación parecía haber sidodeliberada. Las señales de Molly estaban siendo transmitidas desde un plato parabólico de unmetro de diámetro, sujeto con resina epóxica a la azotea de una torre bancaria de cristalnegro, casi tan alta como el edificio de la Senso/Red.Atlanta. El código de reconocimiento era sencillo. De Atlanta a Boston, a Chicago y aDenver; cinco minutos para cada ciudad. Si alguien lograba interceptar la señal de Molly,decodificarla, sintetizar su voz, el código avisaría a los Modernos. Si ella permaneciese másde veinte minutos dentro del edificio, sería muy poco probable que saliera.Case bebió el último trago de café, acomodó los trodos, y se rascó el pecho bajo la camisetanegra. Tenía sólo una idea aproximada de lo que los Panteras Modernos pensaban hacer paradistraer a los encargados de seguridad de la Senso/Red. La tarea de los Modernos eraasegurar que el programa de intrusión que él había escrito se conectara a los sistemasSenso/Red cuando Molly lo necesitase. Observó la cuenta regresiva en la esquina de lapantalla. Dos. Uno.Tomó el mando y activó el programa. -Línea principal -susurró el enlace; su voz era elúnico sonido mientras Case se adentraba en los estratos fulgurantes del hielo Senso/Red.Muy bien. Conectó con el simestim y penetró en el sensorio de Molly.El codificador enturbió levemente la entrada visual. Ella estaba de pie frente a una pared deespejos salpicados de dorado, en el gran vestíbulo blanco del edificio, mascando chicle,aparentemente fascinada por su propia imagen. Aparte de las enormes gafas de sol queocultaban las lentes especulares implantadas, conseguía en gran medida dar la impresión depertenecer a aquel lugar: otra muchacha turista con la esperanza de ver a Tally Isham.Llevaba un impermeable de plástico rosado, una camiseta blanca de red, holgados pantalonesblancos de un corte que había estado de moda en Tokio el año anterior. Sonreíainexpresivamente y hacía globos con el chicle. Case tuvo ganas de reír. Podía sentir la cintade microporos en las costillas de ella, sentir las pequeñas unidades planas bajo la cinta, y elcodificador. El micrófono pegado a su cuello casi podía pasar por un dermodisco analgésico.Dentro de los bolsillos de la chaqueta rosada las manos se abrían y cerraban sistemáticamenteen una serie de ejercicios de relajamiento. Tardó unos cuantos segundos en darse cuenta deque la extraña sensación en los extremos de los dedos de Molly era provocada por lascuchillas que se asomaban y se retraían.Regresó. El programa ya había alcanzado la quinta puerta. Observó mientras elrompehielos destellaba y cambiaba de posición frente a él, consciente apenas de que susmanos se movían sobre el tablero, haciendo ajustes menores. Traslúcidos planos de colorbarajados como un mazo de cartas de prestidigitador. Saca una carta, pensó, cualquiera.La puerta pasó borrosamente. Rió. El hielo Senso/Red había aceptado su entrada comotransferencia de rutina desde el centro del consorcio en Los Ángeles. Había entrado. Detrás40

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