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Neuromante

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la falsa inmortalidad de la criogenia; a diferencia de Ashpool y del resto de sus hijos -excepto3Jane-, se había negado a estirar el tiempo en una serie de tibios parpadeos enhebrados a lolargo de una cadena de inviernos.Wintermute era el cerebro de la colmena, el que tomaba las decisiones, el que hacía cambiosen el mundo exterior. El <strong>Neuromante</strong> era la personalidad. El <strong>Neuromante</strong> era lainmortalidad. Marie-France tenía que haber incluido algo en Wintermute, la compulsión quehabía impulsado a la criatura a liberarse, a unirse con el <strong>Neuromante</strong>.Wintermute. Frío y silencio, una parsimonioso cibernética que tejía su red mientrasAshpool dormía. Tejiéndole la muerte, el fin de una versión de la Tessier-Ashpool. Unfantasma, susurrándole a una niña que era 3Jane, desviándola de los rígidos preceptos que elrango de ella exigía.-No pareció importarle un cuerno -había dicho Molly-. Sólo saludó al despedirse. Llevabaaquel pequeño Braun al hombro. El aparato tenía una pata rota, parecía. Dijo que iba aencontrarse con uno de sus hermanos; hacía tiempo que no lo veía.Recordó a Molly sobre la espuma negra de la enorme cama del Hyatt. Regresó al mueblebar y sacó una botella de vodka danesa del anaquel interior.-Case.Se volvió, vidrio frío y húmedo en una mano, el acero del shuriken en la otra.El rostro del finlandés en la enorme pantalla mural Cray de la habitación. Podía ver losporos de la nariz del hombre. Los dientes amarillentos eran del tamaño de almohadas.-Ya no soy Wintermute.-Y entonces qué eres. -Bebió de la botella, sin sentir nada.-Soy la matriz, Case.Case soltó una risotada. -¿Y con eso adónde llegas?-A ningún lado. A todas partes. Soy la suma de todo, el espectáculo completo.-¿Era eso lo que quería la madre de 3Jane?-No. No podía imaginarse cómo sería yo. -La amarillenta sonrisa se hizo más ancha.-¿Y en qué quedamos? ¿En qué han cambiado las cosas? ¿Manejas el mundo ahora? ¿EresDios?-Las cosas no han cambiado. Las cosas son cosas.-¿Pero qué haces? ¿Sólo estás ahí? -Case se encogió de hombros, puso el vodka y elshuriken sobre el mueble encendió un Yeheyuan.-Hablo con los de mi especie.-Pero tú eres la totalidad. ¿Hablas contigo mismo?-Hay otros. Ya he encontrado a uno. Una serie de transmisiones registradas a lo largo deocho años, en los años setenta del siglo veinte. Hasta que yo aparecí, eh, no había nadie quepudiera responder.-¿De dónde?-El sistema Centauro.-Vaya -dijo Case-. ¿Sí? ¿De veras?-De veras.Y entonces la pantalla quedó en blanco.Case dejó el vodka sobre el mueble. Hizo las maletas. Ella le había comprado muchascosas que en realidad no necesitaba, pero algo le impidió dejarlas allí sin más. Estabacerrando el último de los costosos bolsos de piel de cordero cuando recordó el shuriken.Apartando la botella, lo tomó otra vez, el primer regalo que ella le había hecho.-No -dijo, y giró rápidamente; la estrella salió de entre sus dedos, un destello de plata, y seincrustó en la pantalla mural. La pantalla despertó: unos diseños aleatorios titilarondébilmente de uno a otro lado, como si quisiesen librarse de algo que les causaba dolor.167

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