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Neuromante

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arregló para detenerse enfrente. Era una tienda de artículos quirúrgicos cerrada porrenovaciones. Con las manos en los bolsillos de la chaqueta, miró a través del cristal haciaun rombo plano de carne en probeta apoyado sobre un pedestal tallado de imitación jade. Elcolor de la piel le recordó a las putas de Zone; estaba tatuado con un visor digital luminosoconectado a un chip subcutáneo. ¿Por qué molestarse por la operación -se encontró pensando,mientras el sudor le corría por las costillas- cuando basta con llevar el aparatito en el bolsillo?Sin mover la cabeza, levantó la vista y estudió los reflejos de la multitud que pasaba.Allí.Detrás de unos marineros con camisas de color caqui de manga corta. Pelo oscuro, lentesespecularas, ropa oscura, delgado...Y desapareció.Case echó a correr, inclinado, esquivando cuerpos.-¿Me alquilas una pistola, Shin?El muchacho sonrió. -Dos horas. -Estaban rodeados de olor a pescado fresco, en la partetrasera de un quiosco de sushi en Shiga.- Tú regresar en dos horas.-Necesito una ya. ¿No tienes nada ahora?Shin revolvió algo entre latas vacías de dos litros que alguna vez habían contenido polvo derábano picante. Sacó un estrecho paquete envuelto en plástico gris. -Taser. Una hora; veintenuevos yens. Treinta depósito.-Mierda. No necesito eso. Necesito una pistola. A lo mejor quiero matar a alguien,¿entiendes?El camarero se encogió de hombros y volvió a poner el taser detrás de las latas de rábano. -Dos horas.Entró en la tienda sin molestarse en mirar la exhibición de shurikens. Nunca había arrojadouno en su vida.Compró dos paquetes de Yeheyuans con un chip del Mitsubishi Bank que lo identificabacomo Charles Derek May. Era mejor que Truman Starr, lo mejor que había logrado encuestión de pasaportes.La japonesa que estaba detrás de la terminal parecía tener algunos años más que el viejoDeane; ninguno de ellos con ayuda de la ciencia. Sacó del bolsillo su delgado fajo de nuevosyens y se lo mostró. -Quiero comprar unarma.La mujer señaló una caja llena de navajas.-No -dijo él-, no me gustan las navajas.Entonces ella sacó del mostrador una caja oblonga. La tapa era de cartón amarillo,estampada con una cruda imagen de una cobra enrollada, de abultada capucha. Adentrohabía ocho cilindros idénticos envueltos en papel. Case observaba mientras unos dedosjaspeados y morenos rasgaban el papel. Ella lo alzó para que él lo examinara: un tubo deacero opaco con una tirilla de cuero en un extremo y una pequeña pirámide de bronce en elotro. Tomó el objeto con una mano; la pirámide entre el otro dedo pulgar y el índice, y tiró.Tres aceitados segmentos de apretados resortes telescópicos se deslizaron hacia afuera y seconectaron entre sí. -Cobra -dijo ella.Detrás del estremecimiento de neón de Ninsei, el cielo era de un mezquino tono gris. Elaire había empeorado; aquella noche parecía tener dientes, y la mitad de la gente llevabamáscaras filtradoras. Case había pasado diez minutos en un urinario, tratando de descubrir un12

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