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Neuromante

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-¿Qué estás haciendo, Case?Se volvió y la vio, diez metros más allá; la espuma blanca se le escurría entre los tobillos.-Anoche me oriné -dijo él.-Bueno, no te vas a poner esa ropa. Agua salada. Te escocerá. Te llevaré a un estanqueque hay allá en las rocas. -Señaló vagamente hacia atrás. -Es agua fresca. -Los desteñidospantalones militares franceses estaban cortados por encima de las rodillas; la piel era lisa ybronceada. Una brisa le revolvió el pelo.-Escucha -dijo Case, recogiendo la ropa y acercándose a ella-. Quiero hacerte una pregunta.No preguntaré qué haces aquí. Pero, ¿qué imaginas que estoy haciendo yo aquí? -Se detuvo.Los tejanos negros y mojados le golpearon el muslo.-Llegaste anoche -dijo ella. Le sonrió.-¿Y eso te basta? ¿Sólo llegué?-Él dijo que llegarías -dijo ella, frunciendo la nariz. Se encogió de hombros-. Él sabe esetipo de cosas, supongo. -Se quitó la sal del tobillo derecho frotándose con el otro pie, en unmovimiento torpe e infantil. Volvió a sonreírle, con mayor confianza.- Ahora tú me contestasuna, ¿de acuerdo?Él asintió.-¿Por qué estás todo pintado de marrón, todo menos un pie?-¿Y eso es lo último que recuerdas? -La miró mientras ella raspaba los restos del guisoprecongelado de la caja de acero rectangular que era el único plato que tenían.Ella asintió, los ojos enormes a la luz del fuego. -Lo siento, Case, te lo juro por Dios. Fuepor culpa de la mierda aquella, supongo, y fue... -Se inclinó hacia adelante, los brazos sobrelas rodillas, el rostro fruncido durante un instante, por el dolor o el recuerdo del dolor. - Esque necesitaba el dinero. Para volver a casa, supongo, o... ¡Mierda! -dijo-, casi no mehablabas.-¿No hay cigarrillos?-¡Por Dios, Case! ¡Es la décima vez que me lo preguntas! ¿Qué te pasa? -Retorció unmechón de pelo y lo mordisqueó.-Pero, ¿la comida estaba aquí? ¿Ya estaba aquí?-Ya te lo he dicho. La condenada marca la trajo a la playa.-Ya. Claro. Hasta el último detalle.Ella se echó a llorar otra vez, un sollozo seco. -Bueno, a la mierda contigo, Case... -alcanzóa decir por fin-. Estaba bien cuando estaba sola.Case se levantó, recogiendo la chaqueta, y se agachó para entrar. Se raspó la muñeca contrael hormigón áspero. No había luna ni viento; sólo el ruido del mar en la oscuridad. Sentíalos tejanos apretados y pegajosos. -Está bien -dijo a la noche-. Lo acepto. Creo que loacepto. Pero más vale que mañana la marea traiga cigarrillos. -Su propia risa lo sorprendió.-De paso, tampoco caería mal una caja de cerveza. -Se volvió y entró de nuevo en el búnker.Ella estaba revolviendo las brasas con un pedazo de madera plateado. -¿Quién era ésa, Case,la que estaba en tu nicho del Hotel Barato? Una samurai muy elegante de lentes plateados,cuero negro. Me dio miedo, y después pensé que tal vez fuese tu nueva chica, sólo queparecía más cara de lo que tú podías pagar... -Lo miró de soslayo.- De verdad que lamentohaberte robado el RAM.-No te preocupes -dijo Case-. No tiene ninguna importancia. ¿Así que todo lo que hicistefue llevárselo a ese tipo?149

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