1 0ESTABA ATERIDO CUANDO pasaron la aduana, y fue Molly quien habló. Maelcum sequedó a bordo del Garvey. Pasar la aduana en Freeside consistía principalmente en demostrarsolvencia. Lo primero que Case vio cuando alcanzaron la superficie interior del huso fue unasucursal de la cadena de cafés Beautiful Girl.-Bienvenido a la Rue Jules Veme -dijo Molly-. Si tienes problemas al caminar, basta conque te mires los pies. Si no estás acostumbrado, la perspectiva es una mierda.Estaban de pie en una calle ancha que parecía ser el fondo de una grieta profunda o de uncañón, ambos extremos escondidos por ángulos sutiles en las paredes de tiendas y edificios.La luz se filtraba allí a través de frescos y verdes macizos de vegetación que caían desde lasterrazas y balcones cercanos. El sol…Había un brillante jirón de luz blanca en lo alto, demasiado intensa, y el azul grabado de uncielo de Cannes. Él sabía que la luz del sol era bombeada por un sistema Lado-Acheson cuyaarmadura, de dos milímetros de diámetro, corría a lo largo del huso; que había allí un archivorotatorio de efectos celestes, que si se apagase el cielo, vería lo que había más allá de laarmadura de luz: las curvas de los lagos, los techos de los casinos, otras calles… Pero para sucuerpo aquello no tenía sentido.-Jesús -dijo-, esto me gusta menos que el marco orbital.-Acostúmbrate. Durante un mes fui aquí guardaespaldas de un tahúr.-Quiero ir a algún lado, acostarme.-Bueno. Tengo las llaves. -Le tocó el hombro.- ¿Qué te pasó allá, Case? Te anularon.Case sacudió la cabeza. -Todavía no lo sé. Espera.-Bueno. Tomaremos un taxi, o algo. -Lo tomó de la mano y lo ayudó a cruzar Jules Veme,pasando junto a una vitrina en la que se exponían las pieles de la temporada en París.-Irreal -dijo él, volviendo a mirar hacia arriba.-Qué va -respondió ella, suponiendo que se refería a las pieles-. Las cultivan en colágeno,pero es ADN de visón. ¿Qué más da?-Es sólo un tubo grande por el que vierten cosas -dijo Molly-. Turistas, buscavidas, lo quequieras. Y hay filtros de dinero que funcionan continuamente, para asegurar que el dinero sequede cuando la gente cae de vuelta por el pozo.Armitage les había reservado habitación en un lugar llamado el Intercontinental, unacantilado piramidal de fachada de vidrio que se precipitaba hacia una niebla fría y un ruidode rápidos. Case salió al balcón y miró a un trío de bronceados adolescentes franceses que sedeslizaban en sencillos planeadores, a pocos metros por encima de la espuma, triángulos denailon de brillantes colores primarios. Uno de ellos viró, se ladeó, y Case alcanzó a ver unaadolescente de pelo corto y oscuro, pechos morenos, dientes blancos en una amplia sonrisa.Allí, el aire olía a agua fresca y a flores. -Sí -dijo-, mucho dinero.Ella se apoyó en la baranda, junto a él, las manos sueltas y relajadas. -Sí. Una vez íbamos avenir aquí, aquí o a algún lugar de Europa.-¿Íbamos quiénes?-Nadie -dijo ella, sacudiendo involuntariamente los hombros-. Dijiste que querías acostarte.Dormir. No me vendría mal dormir un poco.-Sí -dijo Case, frotándose los pómulos con las palmas de las manos-. Sí; vaya lugar.La angosta cinta del sistema Lado-Acheson refulgía como una abstracta imitación de unapuesta de sol en las Bermudas, rayada con jirones de nubes grabadas.-Sí -dijo él-. Dormir.78
No tenía sueño. Cuando pudo dormir, soñó con lo que parecían fragmentos de recuerdospulcramente editados Despertó varias veces, con Molly acurrucada junto a él y escuchó elagua, voces que entraban por los paneles de vidrio del balcón, la risa de una mujer desde losapartamentos escalonados de enfrente. La muerte de Deane seguía apareciendo como unacarta marcada, por mucho que dijeran que no había sido Deane. Una muerte que en realidadno había ocurrido. Alguien le había dicho una vez que la cantidad de sangre en un cuerpohumano promedio equivalía aproximadamente a una gaveta de cerveza.Cada vez que la imagen de la destrozada cabeza de Deane chocaba contra la pared traserade la oficina, Case creía tener otro pensamiento, algo más oscuro, escondido, que se leescapaba, escurriéndose como un pez.Linda.Deane. Sangre en la pared de la oficina del importador.Linda. Olor a carne quemada en las sombras de la cúpula de Chiba. Molly extendiendo unabolsa de jengibre, el plástico cubierto de sangre. Deane había hecho que la mataran.Wintermute. Imaginaba un pequeño micrófono que susurraba algo a los restos de un hombrellamado Corto, las palabras fluyendo como un río, la artificial personalidad sustitutivoRamada Armitage creciendo en un oscuro pabellón de hospital… El análogo de Deane habíadicho que trabajaba con hechos consumados, que aprovechaba situaciones reales.Pero, ¿y si Deane, el verdadero Deane, hubiera mandado matar a Linda por orden deWintermute? Case tanteó en la oscuridad, buscando un cigarrillo y el encendedor de Mofly.No había por qué sospechar de Deane, se dijo, encendiendo el cigarrillo. Ninguna razón.Winterimute era capaz de incrustar una personalidad hasta en una cáscara hueca. ¿Quégrado de sutileza podía alcanzar la manipulación? Después de la tercera calada apagó elYeheyuan en el cenicero de la mesa de noche, se apartó de Molly, e intentó dormir.El sueño, el recuerdo, se desenrollaba con la monotonía de una cinta simestim sin editar.Había pasado un mes, el verano de sus quince años, en la pensión de un quinto piso, con unachica llamada Marlene. Hacía diez años que el ascensor no funcionaba. Cada vez que unoencendía la luz en la cocina de desagües atascados, las cucarachas hervían en la porcelanagris. Dormía con Marlene en un colchón rayado, sin sábanas.No Regó a ver a la primera avispa, cuando construyó su casa gris y delgada como papelsobre la ampollada pintura del marco de la ventana. Pero el nido no tardó en convertirse en unmazacote de fibra, grande como un puño, de donde los insectos salían a cazar en el callejónde abajo como diminutos helicópteros, zumbando sobre el contenido putrefacto de las latas debasura.Habían tomado cerca de una docena de cervezas cada uno, la tarde en que una avispa picó aMarlene. -Mata a esas hijas de puta -dijo ella, con los ojos opacos por la rabia y el calorestancado de la habitación-. Quémalas.Borracho, Case revolvió en el sórdido armario, buscando el dragón de Rollo. Rollo era elantiguo y, sospechaba Case en aquel entonces, aún ocasional novio de Marlene, un enormemotociclista de San Francisco que llevaba en el oscuro pelo corto un rayo teñido de rubio. Eldragón era un lanzallamas de San Francisco, un aparato que parecía una gruesa linterna decabeza angulosa. Verificó las baterías, lo sacudió para asegurarse de que tenía suficientecombustible, y fue hacia la ventana abierta. colmena empezó a zumbar.En el Ensanche, el aire estaba muerto, inmóvil. Una avispa se abalanzó fuera del nido y volóen círculos alrededor de la cabeza de Case. Case activó el interruptor, contó hasta tres, yapretó el gatillo. El combustible, bombeado hasta los 100 psi, salió disparado por laresistencia al rojo vivo. Una lengua de pálido fuego de cinco metros de largo; el nido secarbonizó y desmoronó. Alguien, del otro lado del callejón, vitoreó a Case.79
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