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Neuromante

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Estaban en la orilla del mar, Linda Lee y el muchacho delgado que decía llamarse<strong>Neuromante</strong>. Linda sostenía la chaqueta de cuero de él, colgada de la mano, sobre la crestade las olas.Case siguió caminando, siguiendo la música.El sonido dub sionita de Maelcum.Había un lugar gris, una impresión de finas pantallas que se movían, muaré, grados desemitonos generados por un sencillo programa de gráficos. Un plano prolongado de unatoma vía satélite; gaviotas inmovilizadas en vuelo sobre aguas oscuras. Había voces. Habíauna llanura de espejo negro, que se inclinaba, y él era mercurio, una gota de mercurio que sedeslizaba hacia abajo, chocando en los rincones de un laberinto invisible, fragmentándose,juntándose, resbalando de nuevo...-Case, hombre.La música.-Has regresado, hombre.Le quitaron la música de los oídos.-¿Cuánto tiempo? -se oyó preguntar, y supo que tenía la boca reseca.-Cinco minutos, quizás. Demasiado tiempo. Yo quería desconectarse. Mute dijo que no.La pantalla empezó a hacer cosas raras, y entonces Mute dijo que te pusiera los audífonos.Abrió los ojos. Las facciones de Maelcum estaban cubiertas por cintas de jeroglíficostranslúcidos.-Y tu medicina -dijo Maelcum-. Dos dermos.Estaba tendido boca arriba en el suelo de la biblioteca, debajo del monitor. El sionita loayudó a incorporarse, pero el movimiento lo arrojó al torrente salvaje de la betafenetilamina;los dermos azules le quemaban en la muñeca izquierda.-Sobredosis -alcanzó a decir.-Vamos, hombre. -Las manos poderosas bajo las axilas de Case lo levantaron como si fueraun niño. - Yo y yo tenemos que marcharnos.153

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