Verano en el Ensanche. En los centros comerciales la muchedumbre ondeaba como hierbamecida por el viento; un campo de carne traspasado por súbitas corrientes de necesidad ygratificación.Se sentó junto a Molly al sol tamizado, sobre el borde de una fuente de cemento, dejandoque el infinito desfile de rostros recapitulase las etapas de su vida. Primero un niño de ojosadormilados, un muchacho callejero, las manos relajadas y listas a los lados; después unadolescente, la cara lisa y críptica bajo gafas rojas. Case recordó una pelea en un tejado a losdiecisiete años, un combate silencioso en el resplandor rosado de la geodesia del alba.Se movió sobre el cemento, sintiéndolo áspero y frío a través de la delgada tela negra. Nadaallí se parecía a la eléctrica danza de Ninsei. El comercio era aquí diferente, otro ritmo, conun olor de comidas rápidas y perfume y un fresco sudor de verano.Con la consola esperándolo, allá en el altillo; una Cyberspace 7 Ono-Sendai. Habíanllenado el cuarto con las abstractas formas blancas de las piezas de poliestireno, arrugadasláminas de plástico y cientos de granos blancos. La Ono-Sendai; el ordenador Hosaka máscaro del año siguiente; un monitor Sony; una docena de discos de hielo de primera calidad;una cafetera Braun. Armitage se limitó a esperar a que Case aprobara cada una de las piezas.-¿Adónde fue? -había preguntado Case a Molly.-Le gustan los hoteles. Los grandes. Cerca de los aeropuertos, si es posible. Bajemos a lacalle. -Ella se había enfundado en un viejo chaleco militar con una docena de bolsillosextraños, y se había puesto unas enormes gafas de sol de plástico negro que le cubrían porcompleto los injertos especularas.-¿Ya sabías lo de esa mierda de las toxinas? -le preguntó él junto a la fuente. Ella negó conla cabeza-. ¿Crees que es verdad?-Tal vez sí, tal vez no. Todo es posible.-¿Sabes cómo puedo averiguarlo?-No -dijo ella, indicando silencio con la mano derecha-. Ese tipo de locura es demasiadosutil para que aparezca en un rastreo. -Movió otra vez la mano: espera. - Y de todos modos, ati no te importa demasiado. Te vi acariciar esa Sendai; eso era pornográfico, hombre. -Seechó a reír.-¿Y a ti cómo te tiene amarrada? ¿Con qué locura ha pescado a la chica trabajadora?-Orgullo profesional, nene, eso es todo. -Y de nuevo el gesto de silencio.- Vamos adesayunar, ¿te parece? Huevos, tocino verdadero. Es probable que te mate, hace tantotiempo que comes esa basura reciclada de krill de Chiba. Sí, vamos; iremos en metro hastaManhattan y nos daremos un desayuno de verdad.Un neón sin vida anunciaba METRO HOLOGRAFIX en polvorientas mayúsculas de tubosde vidrio. Case se hurgó una hilacha de tocino que se le había alojado entre los dientes.Había renunciado a preguntarle adónde iban y por qué; codazos en las costillas y el gesto desilencio era toda la respuesta que había obtenido. Ella hablaba de las modas de la temporada,de deportes y de un escándalo político en Califomia desconocido para él.Recorrió con la mirada la desierta calle sin salida. Una hoja de periódico atravesó a saltosla intersección. Vientos inesperados en el lado Este; algo relacionado con la convección yuna superposición de las cúpulas. Case miró por la ventana el aviso muerto. El Ensanche deella no era el Ensanche de él, concluyó. Lo había guiado a través de una docena de bares y declubes que él nunca había visto antes; ocupándose de los negocios, por lo general con.apenasun gesto. Manteniendo contactos.Algo se movía en las sombras detrás de METRO HOLOGRAFIX.32
La puerta era una plancha corrugada. Frente a ella, las manos de Molly ejecutaronfluidamente una intrincada secuencia de movimientos que él no pudo seguir. Alcanzó a verla señal de efectivo: un dedo pulgar acariciando la yema del índice. La puerta se abrió paraadentro y ella lo condujo hacia el olor a polvo. Estaban en un claro; densas marañas dedesechos se alzaban a ambos lados sobre paredes cubiertas por estanterías de arruinadoslibros de bolsillo. La basura parecía algo que hubiese crecido allí, un hongo de metal yplástico retorcido. A veces distinguía algún objeto, pero luego parecía desvanecerse otra vezentre la masa: las entrañas de un televisor tan viejo que estaba salpicado de fragmentos detubos de vidrio; una antena de disco abollada, un cubo marrón de plástico lleno de corroídostubos de aleación. Una enorme pila de viejas revistas se había desplomado sobre el espacioabierto; carne de veranos perdidos mirando ciegamente hacia arriba mientras él seguía laespalda de ella a través de un angosto cañón de metales comprimidos. Oyó el ruido de lapuerta que se cerraba detrás de ellos. No volvió la cabeza.El túnel terminaba en una antigua manta del ejército colgada sobre el umbral de una puerta.Cuando Molly la apartó para pasar, salió un raudal de luz blanca.Cuatro paredes cuadradas de plástico blanco y liso que cubría también el techo; suelo debaldosas blanco hospital, con un diseño antideslizante de pequeños discos en relieve. En elcentro había una mesa de madera blanca y cuadrada, y cuatro sillas blancas plegables.El hombre que apareció en la puerta detrás de ellos, parpadeando, con la manta cubriéndoleun hombro como una capa, parecía haber sido diseñado en un túnel de viento. Tenía lasorejas muy pequeñas, aplastadas sobre un cráneo estrecho, y los grandes dientes, reveladospor algo que no era del todo una sonrisa, estaban acentuadamente inclinados hacia atrás.Llevaba una antigua chaqueta de paño y sostenía en la mano izquierda una pistola de algúntipo. Los escrutó con la mirada, parpadeó, y dejó caer la pistola en un bolsillo de la chaqueta.Le hizo una seña a Case; señaló hacía un bloque de plástico blanco apoyado cerca de lapuerta. Case caminó hacia allí y vio que era un macizo panel de circuitos de casi uncentímetro de espesor. Ayudó al hombre a levantarlo y ponerlo en el umbral. Unos dedosrápidos y manchados de nicotina lo sujetaron con cinta blanca adhesiva. Un ventilador ocultocomenzó a ronronear.-Tiempo -dijo el hombre, enderezándose-, y contando. Tú conoces la tarifa, Molly.-Necesitamos un rastreo, finlandés. Para implantes.-Entonces colócate entre los postes. Párate en la cinta. Endereza la espalda, así. Ahoradate la vuelta, un tres sesenta completo. -Case miró cómo Molly giraba entre los dos frágilespedestales atiborrados de sensores. El hombre sacó un pequeño monitor del bolsillo y lo miróde soslayo.- Hay algo nuevo en tu cabeza, sí. Silicón; capa de carbones pirolíticos. Un reloj,¿verdad? Los lentes me dan la lectura de siempre, carbones isotrópicos de baja temperatura.Mejor biocompatibididad con pirolíticos, pero eso es asunto tuyo, ¿verdad? Lo mismo tusgarras.-Ven aquí Case. -dijo Molly. Case vio una X rayada en negro sobre el suelo blanco.- Datela vuelta, despacio.-Este tipo es virgen. -El hombre se encogió de hombros.- Un trabajo dental barato, nadamás.-¿Le examinas lo biológico? -Molly bajó la cremallera de su chaqueta verde y se quitó lasgafas oscuras.-¿Te crees que esto es la Mayo? Sube a la mesa, chiquillo, vamos a hacerte una pequeñabiopsia. -Soltó una risotada que reveló aún más sus dientes amarillos.- Nada. Palabra definlandés, no tienes micros, ni bombas en la corteza. ¿Quieres que cierre la pantalla?33
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