-En lo primero que pienso siempre, Case, es en mi propio y dulce pellejo. -El cangrejoalteró el curso para esquivarla, pero ella lo pateó con delicada precisión; la punta de plata dela bota resonó en el armatoste, que cayó de espaldas, pero las extremidades de bronce notardaron en enderezarlo.Case se sentó en una de las rocas, rozando la simetría de la gravilla con las punteras de loszapatos. Se registró la ropa en busca de cigarrillos. -En tu camisa -dijo ella.-¿Quieres contestar a mi pregunta? -Case extrajo del paquete un arrugado Yeheyuan queella encendió con una lámina de acero alemán que parecía provenir de una mesa deoperaciones.-Bueno, te diré: es seguro que el hombre está detrás de algo. Ahora tiene muchísimo dinero,y nunca lo había tenido antes, y cada vez tiene más. -Case advirtió una cierta tensión en laboca de ella.- O tal vez algo está detrás de él... -Se encogió de hombros.-¿Qué quieres decir?-No lo sé exactamente. En verdad, no sé para qué o quién estamos trabajando.Él contempló los espejos gemelos. Tras dejar el Hilton el sábado por la mañana, habíaregresado al Hotel Barato y había dormido diez horas. Luego dio un largo e inútil paseo porel perímetro de seguridad del puerto, observando a las gaviotas que volaban en círculo másallá de la cerca metálica. Si ella lo había seguido, lo había hecho muy bien. Evitó NightCity. Esperó en el ataúd la llamada de Armitage. Y ahora aquel patio silencioso, domingopor la tarde, aquella chica con cuerpo de gimnasta y manos de conjuradora.-Tenga la bondad de seguirme, señor, el anestesista lo está esperando. -El técnico hizo unareverencia, dio media vuelta y volvió a entrar en la clínica sin mirar si Case lo seguía.Olor a acero frío. El hielo le acarició la columna.Perdido, tan pequeño en medio de aquella oscuridad, la imagen del cuerpo se le desvanecíaen pasadizos de cielo de televisor.Voces.Luego el fuego negro encontró las ramificaciones tributarias de los nervios; un dolor quesuperaba cualquier cosa que llamaran dolor...Quédate quieto. No te muevas.Y Ratz estaba allí, y Linda Lee, Wage y Lonny Zone, cien rostros del bosque de neón,navegantes y buscavidas y putas, donde el cielo es plata envenenada, más allá de la cercametálica y la prisión del cráneo.Maldita sea, no te muevas.Donde la sibilante estática del cielo se transformaba en una matriz acromática, y vio losshurikens, sus estrellas.-¡Basta, Case, tengo que encontrarte la vena!Ella estaba sentada a horcajadas sobre su pecho; tenía una jeringa de plástico azul en lamano. -Si no te quedas quieto, te, atravesaré la maldita garganta. Estás lleno de inhibidoresde endorfina.Despertó y la encontró estirada junto a él en la oscuridad.Tenía el cuello frágil, como un haz de ramas pequeñas. Sentía un continuo latido de doloren la mitad inferior de la columna. Imágenes se formaban y reformaban: un intermitentemontaje de las torres del Ensanche y de unas ruinosas cúpulas de Fuller, tenues figuras que seacercaban en la sombra bajo el puente o una pasarela...22
-Case. Es miércoles, Case. -Ella se dio la vuelta y se le acercó. Un seno rozó el brazo deCase. Oyó que ella rasgaba el sello laminado de una botella de agua y que bebía. - Toma. -Lepuso la botella en la mano. - Puedo ver en la oscuridad, Case. Tengo microcanales deimágenesamperios en los lentes.-Me duele la espalda.-Es ahí donde te cambiaron el fluido. También te cambiaron la sangre, pues incluyeron unpáncreas en el paquete. Y un poco de tejido nuevo en el hígado. Lo de los nervios no lo sé.Muchas inyecciones. No tuvieron que abrir nada para el plato fuerte. -Se sentó junto a él. -Son las 2:43:12 AM, Case. Tengo un microsensor en el nervio óptico.Él se incorporó e intentó beber de la botella. Se atragantó, tosió; le cayó agua tibia en elpecho y los muslos.-Tengo que encontrar un teclado -se oyó decir. Buscaba su ropa-. Tengo que saber...Ella se echó a reír. Unas manos fuertes y pequeñas le sujetaron los brazos. -Lo siento,estrella. Ocho días más. Si conectaras ahora, el sistema nervioso se te caería al suelo. Sonórdenes del doctor. Además, creen que funcionó. Te revisarán mañana o pasado. -Se volvióa acostar.-¿Dónde estamos?-En casa, Hotel Barato.-¿Dónde está Armitage?-En el Hilton, vendiendo abalorios a los nativos o algo parecido. Pronto estaremos lejos deaquí. Amsterdam, París, y luego al Ensanche otra vez. -Le tocó el hombro.- Date la vuelta.Doy buenos masajes.Case se tumbó boca abajo con los brazos estirados hacia adelante, tocando con las puntas delos dedos las paredes del nicho. Ella se acomodó de rodillas en el acolchado; los pantalonesde cuero fríos sobre la piel de Case. Los dedos le acariciaron el cuello.-¿Cómo es que no estás en el Hilton?Ella le respondió estirando la mano hacia atrás, metiéndosela entre los muslos y sujetándolesuavemente el escroto con el pulgar y el índice. Se balanceó allí un minuto en la oscuridad;erguida, con la otra mano en el cuello de Case. El cuero de los pantalones crujía débilmente.Case se movió, sintiendo que se endurecía contra el acolchado de goma espuma.Le latía la cabeza, pero el cuello le parecía ahora menos frágil. Se incorporó apoyándose enun codo, se dio la vuelta y se hundió de nuevo en la espuma sintética, atrayéndola haciaabajo, lamiéndole los senos; pezones pequeños y duros que se apretaban húmedos contra sumejilla. Encontró la cremallera en los pantalones de cuero y tiró hacia abajo.-Está bien -dijo ella-, yo puedo ver. -Ruido de los pantalones saliendo. Forcejeó junto a élhasta que consiguió quitárselos. Extendió una pierna y Case le tocó la cara. Durezainesperada de los lentes implantados. - No toques -dijo ella-; huellas digitales.Luego montó de nuevo a horcajadas sobre él, le tomó la mano y la cerró sobre ella, el pulgaren la hendidura de las nalgas y los dedos extendidos sobre los labios. Cuando comenzó abajar, las imágenes llegaron a Case en atropellados latidos: las caras, fragmentos de neón,acercándose y alejándose. Ella descendió deslizándose, envolviéndolo, él arqueó la espaldaconvulsivamente, y ella se movió sobre él una y otra vez. El orgasmo de él se inflamó deazul en un espacio sin tiempo, la inmensidad de una matriz electrónica, donde los rostros erandestrozados y arrastrados por corredores de huracán, y los muslos de ella eran fuertes yhúmedos contra sus caderas.En Ninsei, una disminuida muchedumbre de día de semana siguió los movimientos de ladanza. Olas de sonido rodaban desde las vídeo galerías y los salones pachinko. Case miró23
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