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Neuromante

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escondite adecuado para su cobra; por último resolvió enfundar el mango en la cintura de lospantalones, con el tubo en diagonal sobre el estómago. La punzante punta piramidal semovía entre la caja torácica y el forro de la cazadora. Parecía que la cosa iba a caer a la aceracuando diera el próximo paso, pero hacía que él se sintiera mejor.El Chat no era realmente un bar de traficantes, pero por las noches atraía a una clientelaafín. Los viernes y los sábados era distinto. Los clientes habituales seguían allí, la mayoría;pero se desvanecían tras la afluencia de marineros y de los especialistas que los despojaban.Case buscó a Ratz desde que empujó las puertas, pero el barman no estaba a la vista. LonnyZone, el macarra residente del bar, observaba con vidrioso y paternal interés cómo una de suschicas iba a trabajarse a un joven marinero. Zone era adicto a una marca de hipnótico que losjaponeses llamaban Bailarines de la Nube. Case le indicó con señas que se acercara a labarra. Zone fue deslizándose en cámara lenta entre la multitud; el alargado rostro relajado yplácido.-¿Has visto a Wage esta noche, Lonny?Zone lo miró con la calma de costumbre. Sacudió la cabeza.-¿Estás seguro?-Tal vez en el Namban. Hace dos horas, quizás.-¿Lo acompañaba algún matón? ¿Uno delgado, pelo negro, quizá chaqueta negra?-No -dijo Zone frunciendo la frente para indicar el esfuerzo que le costaba recordar tantodetalle sin sentido-. Hombres grandes. Implantados. -Los ojos de Zone revelaban muy pocoblanco y menos iris; bajo los párpados entornados, tenía las pupilas dilatadas, enormes.Observó el rostro de Case detenidamente, y luego bajó los ojos. Vio el bulto de la fusta deacero.- Cobra -dijo, y arqueó una ceja-. ¿Quieres joder a alguien?-Nos vemos, Lonny. -Case se fue del bar.Lo seguían de nuevo. Estaba seguro. Sintió una puñalada de exaltación, los octógonos y laadrenalina se mezclaron con algo más. Estás disfrutándolo, pensó; estás loco.Porque, de alguna extraña y muy aproximada manera, era como activar un programa en lamatriz. Bastaba con que uno se quemara lo suficiente, se encontrara con algún problemadesesperado pero extrañamente arbitrario, y era posible ver a Ninsei como si fuera un campode información; del mismo modo en que la matriz le había recordado una vez las proteínasque se enlazaban distinguiendo especialidades celulares. Entonces uno podía flotar ydeslizarse a alta velocidad, totalmente comprometido pero también totalmente separado, yalrededor de uno, la danza de los negocios, la información interactuando, los datos hechoscarne en el laberinto del mercado negro...Dale, se dijo Case. Jódelos. Es lo último que se esperan. Estaba a media manzana de lavídeo galería donde había conocido a Linda Lee.Arremetió a través de Ninsei; dispersó a una partida de marineros paseantes. Uno de ellosle gritó algo en español. Luego llegó a la entrada; el sonido se desplomaba sobre él como unoleaje, los subsonidos le palpitaban en el fondo del estómago. Alguien se apuntó un tiro dediez megatones en la Guerra de Tanques en Europa; una explosión aérea simulada ahogó lagalería en sonido blanco al tiempo que una espeluznante bola de fuego holográfica dibujabaun hongo más arriba. Case dobló a la derecha y subió a medio correr unas escaleras demadera gastada. Había estado allí una vez visitando a Wage para discutir un negocio dedetonadores hormonales proscritos con un hombre llamado Matsuga. Recordaba el corredor,la moqueta manchada, la fila de puertas idénticas que conducían a diminutos despachoscubiculares. Una puerta estaba abierta. Una chica japonesa en camiseta negra de manga sisa13

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