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Neuromante

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-Y quítame esta maldita cosa... -Tiró del catéter de Texas.- Como un veneno lento, y esehijo de puta en la otra nave sabe cómo contrarrestarlo, y ahora está más loco que una rata dealbañal. -Manipuló con torpeza el Sanyo rojo; ya no se acordaba de cómo funcionaban lossellos.-El jefe, ¿te envenenó? -Maelcum se rascó la mejilla. Tengo un equipo médico, ¿sabes?-Jesús, Maelcum, ayúdame con este maldito traje. El sionita se separó del rosado módulo depilotaje. -Tranquilo, hombre. Mide dos veces, corta una, dijo un sabio. Subimos allá...Había aire en la galería corrugada que iba desde la escotilla de popa del Marcus Garveyhasta la escotilla central del yate Haniwa, pero mantuvieron sellados los trajes. Maelcumpasó de un lado a otro con la gracia de un bailarín de ballet, deteniéndose sólo para ayudar aCase, que había tropezado al salir del Garvey. Los lados plásticos del tubo filtraban ladesnuda luz del sol: no había sombras.La escotilla de descompresión del Garvey estaba remendada y picada, y la decoraba unLeón de Sión, tallado con láser. La escotilla central del Haniwa era de un color gris crema,vacuo y prístino. Maelcum metió la mano enguantada en una abertura estrecha. Case viocómo movía los dedos. Unos diodos rojos se iluminaron en el nicho, e iniciaron una cuentaregresiva que empezó en cincuenta. Maelcum retiró la mano. Case, con un guante apoyadocontra la escotilla, sintió en el traje y los huesos la vibración del mecanismo del cerrojo. Elsegmento circular de casco gris comenzó a replegarse dentro del costado del Haniwa.Maelcum se aferró a la abertura con una mano y sujetó a Case con la otra. La escotilla losllevó consigo.El Haniwa era un producto de los astilleros Dornier-Fujitsu; el interior había sido diseñadode acuerdo con una filosofía similar a la que había producido el Mercedes que los llevara através de Estambul. El estrecho puente central tenía las paredes revestidas con una maderaque imitaba el ébano, y el suelo era de cerámica italiana. Case se sintió como si estuvieseinvadiendo el baño de vapor de algún hombre rico, entrando por la ducha. El yate, que habíasido armado en órbita, no estaba destinado a regresar. La línea inmaculada y de forma deavispa era una mera cuestión de estilo, y todo el interior estaba calculado para acrecentar laimpresión de velocidad.Cuando Maelcum se quitó el casco maltrecho, Case hizo lo mismo. Permanecieron en laescotilla, respirando un aire que tenía un ligero aroma a pino, con un inquietante dejo deaislación quemada.Maelcum olió el aire. -Aquí hay problemas, hombre. Si hueles esto en una nave...Una puerta, forrada con una ultragamuza de color gris oscura, se abrió deslizándose.Maelcum se apoyó en la pared de ébano, flotó limpiamente a través de la estrecha abertura, yen el último momento giró los hombros anchos para abrirse paso. Case lo siguió con torpeza,aferrándose a una baranda acolchada a la altura del pecho. -El puente -dijo Maelcum,señalando un pasillo de paredes de color crema y sin aberturas- Tiene que estar allí. -Volvió atomar impulso, aparentemente sin esforzarse. Case pudo detectar el parloteo familiar de unaimpresora que emitía un texto; venía de algún sitio, más adelante. Se hizo más fuerte cuando,siguiendo a Maelcum, Case entró por otra puerta. Encontraron una agitada masa de papelesde impresión entremezclados. Case recogió un trozo de papel retorcido y le echó una ojeada.123

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