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Neuromante

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-Me la dio Hideo -dijo Cath-. Quiso mostrarme cómo, pero nunca me sale bien. Los cuellosquedan siempre para atrás. -Volvió a guardar el papel doblado en el monedero. Case observómientras Cath rompía la burbuja, retiraba el dermo del papel y se lo aplicaba a él en elinterior de la muñeca.-¿Esta 3Jane tiene la cara en punta, nariz de pájaro? -Se miró las manos que dibujaban unasilueta en el aire.¿Pelo oscuro? ¿Joven?-Sí. Pero es una aristo, ¿sabes? Es decir… Todo ese dinero.La droga se le vino encima como un tren expreso, una columna de luz al rojo blanco que lesubía por la espina dorsal desde la zona de la próstata, iluminándole las costuras del cráneocon rayos X de energía sexual en cortocircuito. Los dientes le vibraron como diapasonesdentro de sus cavidades, cada uno de ellos produciendo un tono perfecto, claro como eletanol. Bajo la brumosa capa de carne, los huesos parecían cromados y lustrosos, lasarticulaciones lubricadas con una película de siliconas. Tormentas de arena se le debatíansobre el abrasado suelo del cráneo, generando altas olas de estática que rompían detrás de losojos, esferas del más puro cristal que se expandían…-Vamos -dijo ella, tomándolo de la mano-. Ya te llegó. Ya está. Subamos la colina; seguirátoda la noche.La rabia se le expandía, inexorable, exponencial, montada sobre la ola de betafenetilaminacomo onda portadora, un fluido sísmico, rico y corrosivo. Su erección era como una barra deplomo. Los rostros que los rodeaban en el Emergency parecían muñecas pintarrajeadas, laspartes rosadas y blancas que correspondían a las bocas que se movían y se movían; laspalabras emergían como globos de sonido discontinuo. Miró a Cath y le vio cada poro de lapiel bronceada, los ojos planos como cristal mudo, un tinte de metal muerto, una ligerahinchazón, asimetrías mínimas en el pecho y la clavícula, la… Un destello intenso de luzblanca detrás de los ojos.Soltó la mano de Cath y fue bamboleándose hasta la puerta, empujando a alguien que estabaen su camino.-¡Vete a la mierda! -gritó ella detrás-. ¡Hijo de puta!No sentía las piernas. Las usó como zancos, tambaleándose enloquecidamente por elpavimento embaldosado de Jules Veme, un lejano tronar en los oídos, su propia sangre,filosas láminas de luz que le biseccionaban el cráneo en una docena de ángulos.Y de pronto se quedó quieto, ergido los puños apretados contra los muslos, la cabeza echadahacia atrás, los labios torcidos, temblando. Mientras miraba el zodíaco para perdedores deFreeside, las constelaciones de club nocturno del cielo holográfico cambiaron como un fluidoque se deslizara por el eje de la sombra, para agruparse, como seres vivientes, en el centroexacto de la realidad. Por último se dispusieron individualmente y en grupos de mides ' hastaformar un retrato sencillo e inmenso, creando con puntos la imagen monocromática suprema,estrellas contra el cielo nocturno: el rostro de la señorita Linda Lee.Cuando consiguió apartar la vista, bajar los ojos, encontró a todos los demás rostros en lacalle mirando hacia arriba: los turistas que paseaban estaban inmovilizados, maravillados. Ycuando las luces del cielo se apagaron, se oyó una desordenada algarabía que resonó en lasterrazas y en los balcones alineados de hormigón lunar.En alguna parte, un reloj comenzó a sonar, alguna antigua campana europea.Medianoche.Caminó hasta la salida del sol.El efecto de la droga se desvaneció, el esqueleto cromado se corroía hora a hora, la carne sesolidificaba, la carne de la droga era reemplazada por la carne de la vida. No podía pensar.Eso le gustaba: estar consciente y no poder pensar. Parecía transformarse en todo cuanto veía:97

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