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Neuromante

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vida, acariciándolo: blanco, sin cabeza, y perfecto, lustroso, con un brillo de sudor casiimperceptible.El cuerpo de Molly. Case miraba fijamente, con la boca abierta. Pero no era Molly; era laMolly que imaginaba Riviera. Los pechos estaban mal, los pezones más grandes, demasiadooscuros. Riviera y el torso desmembrado se sacudían sobre la cama, mientras las manos deuñas brillantes se movían como insectos sobre ellos. Ahora la cama estaba cubierta depliegues amarillentos de encaje putrefacto que se deshacía en corpúsculos de polvo alrededorde Riviera, los brazos y piernas que se retorcían bruscamente, y las manos que se movíanpresurosas, pellizcando y acariciando.Case miró a Molly. No tenía ninguna expresión en la cara. Los colores de la proyección deRiviera se movían y giraban en los espejos. Armitage estaba inclinado hacia adelante, lasmanos alrededor del tallo de una copa de vino, los ojos fijos en el escenario, la habitación queresplandecía.Ahora los brazos y las piernas y el torso se habían unido, y Riviera temblaba. Habíaaparecido la cabeza: la imagen estaba completa. La cara de Molly, los ojos ahogados en lisomercurio. Riviera y la imagen de Molly empezaron a copular con renovada intensidad. Luegola imagen extendió lentamente una mano en forma de garra e hizo aparecer las cincocuchillas. Con deliberación lánguida y onírica, rascó la espalda desnuda de Riviera. Casellegó a ver una porción de columna vertebral expuesta, pero ya estaba de pie y se tambaleabahacia la salida.Apoyado en una baranda de palo de rosa, vomitó en las silenciosas aguas del lago. Algo quehabía parecido apretarle la cabeza como una prensa se había desvanecido al fin. De rodillas,apoyando la mejilla contra la madera fresca, miró hacia el otro lado del lago, el aura brillantede la Rue Jules Veme.Case ya conocía este espectáculo; cuando era adolescente, en el Ensanche, lo llamaban«sueños de verdad». Recordaba a flacos portorriqueños a la luz de los faroles de la calle, en elLado Este, soñando de verdad al ritmo rápido de una salsa, las chicas de los sueñostemblando y girando, los espectadores batiendo palmas, llevando el ritmo. Pero aquello habíanecesitado un camión Reno de equipo y un aparatoso casco de trodos.Lo que Riviera soñaba era lo que uno veía. Case sacudió la cabeza dolorida y escupió en ellago.Podía adivinar cómo terminaría, el gran final. Una simetría invertida: Riviera ama a la chicadel sueño, la chica soñada lo desarma a él. Con aquellas manos. Sangre soñada empapando elencaje podrido.Gritos entusiastas desde el restaurante; aplausos. Case se puso de pie y se alisó la ropa conlas manos. Se volvió y regresó caminando hasta el Vingtiéme Siécle.La silla de Molly estaba vacía. El escenario estaba desierto. Armitage aún miraba fijamenteel escenario, la copa de vino entre los dedos.-¿Dónde está Molly? -preguntó Case. -Se ha ido -dijo Armitage.-¿Se ha ido tras él;'-No. -Se oyó el leve ruido de un cristal que se quebraba. Armitage miró la copa. Alzó lamano izquierda que sostenía el globo de la copa, aún llena de vino tinto. El tallo, roto,sobresalía como una astilla de hielo. Case se lo quitó de la mano y lo puso en un vaso deagua.-Dígame adónde ha ido, Armitage.Las luces se encendieron. Case miró los ojos claros. No había nada allí. -Ha ido aprepararse. No volverás a verla. Estaréis juntos durante la ejecución del plan.88

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