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Neuromante

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El finlandés asintió, moviendo el cráneo aerodinámico. -Entonces, ¿con quién vamos aentendemos cuando eso pase? Si Armitage está muerto, y tú ya no existirás, ¿quién será elque me diga cómo sacarme esos saquitos de toxina? ¿Quién va a sacar a Molly de ahí dentro?Quiero decir, ¿dónde, precisamente dónde, vamos a estar todos nosotros, si te liberamos delsistema de cables?El finlandés sacó del bolsillo un palillo de dientes y lo observó con una mirada crítica, comoun cirujano que examina un bisturí. -Buena pregunta -dijo, por fin-. ¿Sabes algo acerca de lossalmones? ¿Unos peces? Estos peces, verás, están obligados a nadar contra la corriente. ¿Meentiendes?-No -dijo Case.-Bueno, yo tengo esa compulsión. Y no sé por qué. Si yo te hiciera participar de mis propiospensamientos, llamémosles especulaciones, sobre el tema, tardaría un par de vuestras vidas.Porque he pensado mucho acerca del asunto. Y sencillamente no lo sé. Pero cuando todohaya terminado, si lo hacemos bien, seré parte de algo más grande. Mucho más grande. -Elfinlandés contempló la matriz que lo rodeaba.- Pero las partes de mi ser que ahora meconstituyen, todo eso seguirá aquí. Y tú recibirás tu sueldo.Case luchó con un enloquecido impulso de arrojarse hacia adelante y apretar con las manosel cuello de la figura, justo encima del maltrecho nudo de la herrumbrosa bufanda. De clavar,profundamente, los pulgares en la laringe del finlandés.-Bueno, buena suerte -dijo el Irlandés. Se volvió, las manos en los bolsillos, y echó a andarpor el arco verde.-Oye, hijo de puta -dijo el Flatline cuando el finlandés se hubo alejado una docena de pasos.La figura se detuvo y se volvió a medias-. Qué pasa conmigo? ¿Qué pasa con. mi sueldo?-Ya lo recibirás -dijo el finlandés.-¿Qué quiere decir eso? -preguntó Case, mientras miraba cómo se alejaba la espaldaestrecha, enfundada en paño.-Quiero que me borren -dijo la estructura-. Ya te lo conté, ¿lo recuerdas?Straylight recordaba a Case los centros comerciales, desiertos por las mañanas, que habíaconocido en la adolescencia, lugares de poca gente donde las horas tempranas traían consigouna quietud vacilante, una especie de expectativa aturdida, una tensión que te hacía mirar alos insectos que se amontonaban alrededor de las enjauladas bombillas de luz encima de lasentradas de las tiendas. Lugares de los alrededores, pasando los límites del Ensanche,demasiado lejos de las tentaciones nocturnas y los estremecimientos del núcleo caliente.Tenía como siempre la sensación de estar rodeado por los dormidos habitantes de un mundodespierto que no le interesaba visitar o conocer, de aburridos negocios temporalmenteinterrumpidos, de futilidades y repeticiones que pronto volverían a despertar.Ahora Molly se movía con más lentitud, bien porque sabía que se acercaba a la meta, opreocupada por su pierna. El dolor estaba regresando, abriéndose paso ásperamente entre lasendorfinas, y él no estaba seguro de lo que eso significaba. No hablaba, mantenía los dientesapretados, y respiraba regularmente. Había pasado junto a muchas cosas que Case no habíaentendido, pero él ya no sentía curiosidad. Había habido una habitación llena de estantes conlibros, un millón de hojas planas de papel amarillento apretadas entre cubiertas de tela ocuero, los anaqueles marcados a intervalos por etiquetas, según un cierto código de letras ycifras; una abarrotada galería, donde Case había mirado, a través de los ojos poco curiosos deMolly, una rajada y polvorienta lámina de vidrio, una cosa que llevaba la leyenda -la miradade ella había registrado automáticamente la placa de bronce-: «La mariée mise á nu par sescélibataires, mime». Ella había extendido la mano para tocarla, y las uñas artificiales129

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