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PRÓLOGO XV
Figura 5. Otro fundador, bien acompañado, en el Congreso
de Sitges.
La referencia muy extensa de los diferentes
eventos y congresos se recoge en el capítulo
XIII, aunque comprendo y comparto la
dificultad de la tarea que menciona el autor,
me pregunto si no habría sido mejor obviar
las citas repetitivas de nombres y cuestiones
ya expuestas en artículos anteriores, en
beneficio de concretar la temática de la
mayoría de eventos y los diferentes cambios
en su organización, desarrollo e interés científico.
Quizá esta opinión surge, en parte, de
los últimos congresos, especialmente del
congreso de Valencia, del que recuerdo un
programa monolíticamente dedicado a una
faceta de la especialidad, con ausencia casi
total de trabajos estrictamente clínicos o de investigación, excepto los testimoniales de E.
Ros y F. Lozano, en el marco de una multiplicidad de sesiones con una remarcable escasa asistencia,
en contraposición con la multitud de congresistas deambulando por las áreas de exposición…
Al hilo de lo que antecede, mis vivencias sobre el estado actual y el previsible futuro de la SEACV
y, en definitiva, de la especialidad, están marcadas por la confusión. Cuando, en 1996, disertaba
en Candanchú sobre el futuro de la ACV y llegaba a la conclusión de la necesidad de una
redefinición 2 , partía de unos parámetros sensiblemente más teóricos y menos ajustados que los
actuales 3,4 . Razonaba entonces sobre los aspectos negativos de hospitales en crisis, el recorte
presupuestario y la desmotivación del médico, influida por la masificación de la demanda, la descoordinación
entre las unidades, una información poco fiable y la falta de un programa de
control de calidad. Me preguntaba, además, cómo podíamos mejorar la calidad y la eficiencia
que los gestores nos exigían, en un contexto de recursos escasos.
Y hoy, 10 años después, pese a que bastantes servicios ya utilizan parámetros de autocontrol de
calidad y que la SEACV dispone de un registro anual computarizado, aún insuficiente para conocer
los resultados concretos de los procedimientos endovasculares (1.475 en el 2000 y 6.241 en
el 2007), a pesar de las 8 guías clínicas que recomienda el CCE, de las que se ignora su grado de
aplicación, sorprenden las reflexiones personales del autor del capítulo XI, que dice: «es el
momento de pensar en un nuevo modelo de especialidad basada en áreas de conocimientos, que
nos lleve a la excelencia que todos deberíamos buscar».
Llegados a este punto, y para ir finalizando, procede hacer un comentario sobre la formación
continuada (cap. XVII) y el programa de entrenamiento de nuevos especialistas (cap. XXII). En
el primero, el autor recuerda multitud de cursos, teóricamente «encaminados a mejorar la competencia
profesional posgraduación, de forma no reglada y no con vistas a obtener una nueva
titulación o diploma», algunos realizados aun antes del reconocimiento de la especialidad, como
«los Internacionales de Angiología» del doctor Martorell (1955) o los «Avances de Cirugía
Vascular» de Oviedo (1964), seguidos por los del Hospital de Bellvitge (1974-1998).