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muy importantes de la universidad española.
Por estar la depuración mejor documentada,
hay que tener en cuenta lo que ocurrió en
Madrid, donde Juan Negrín, Severo Ochoa,
Teófilo Hernando, Méndez Martínez, Márquez
Rodríguez, Manuel Rivas Cherif, José Francisco
Tello, José Sánchez Covisa, y, entre los profesores
de Cirugía, León Cardenal Pujals, José
Cosmea, Manuel Bastos Ansart, Jacinto
Segovia, José María Pérez Sánchez e Isidoro
Sánchez Covisa fueron depurados. Laureano
Olivares fue finalmente rehabilitado en septiembre
del 39, pero no algunos de sus ayudantes,
como Santiago Pérez Vázquez y Plácido
González Duarte. Estella Bermúdez de Castro
fue rehabilitado en el 39, pero no sus ayudantes,
como Resa Fernández y Luis Vela Marín,
así como un largo y olvidado etcétera.
Las universidades y, en concreto, las facultades
de Medicina no habían conseguido recuperarse
totalmente. Los vientos académicos
que recorrían las aulas eran muy conservadores
y las distintas disciplinas y sus programas
eran muy clásicos y alejados de los nuevos
aires que soplaban en las modernas
universidades norteamericanas. Era inconcebible,
entonces, disociar los saberes en conocimientos
parcelares, que es como se llamaba
despectivamente a las nacientes especialidades
médicas, en general, y quirúrgicas, en particular.
Por ello, en cirugía, las cátedras se
denominaban «de Patología y Clínicas Quirúr -
gicas» y concebían la cirugía como un todo
indisoluble. Los aspirantes a profesores adjuntos
o a catedráticos debían demostrar sus conocimientos
en extensos programas de cirugía,
que incluían los temas de cirugía general, urología,
traumatología y ortopedia, neurocirugía,
cirugía pediátrica, cirugía del tórax y cirugía
cardiovascular.
Por supuesto, la patología vascular periférica,
como entonces se denominaba a lo que hoy
HISTORIA DE LA SEACV. 50.º ANIVERSARIO. 1959-2009
es la Angiología y Cirugía Vascular, quedaba
dispersa en los temas por órganos y aparatos,
y, en general, dentro del apartado de generalidades
de la patología quirúrgica.
No existían departamentos como ahora, sino
cátedras con un todopoderoso catedrático al
frente, que imitaba el estilo de hacer de los
catedráticos alemanes, que eran, en buena
medida, el modelo que habían seguido muchos
de los profesores de la época en su etapa de
formación.
Por otra parte, los hospitales clínicos estaban
mal dotados y no gozaban de la confianza del
Régimen, que no olvidaba el posicionamiento
de la universidad en la contienda civil y la peligrosidad
del pensamiento libre universitario.
Por eso, cuando se crea la Seguridad Social,
sin duda, uno de los mayores y más positivos
logros de los gobiernos de Franco, se inicia
la construcción de una red hospitalaria paralela
a la red de hospitales clínicos, que está
constituida, primero, por las residencias de la
Seguridad Social y, más tarde, por las ciudades
sanitarias con dotación moderna y estructuración
por especialidades, lo cual se toma
del modelo de Estados Unidos de donde incluso,
más tarde, se copia el sistema MIR de formación
de especialistas.
Las facultades de Medicina clásicas quedan,
de esta forma, aisladas de la medicina moderna
y sometidas a los presupuestos de Edu cación,
que, residualmente, adjudicaban partidas para
el mantenimiento de los hospitales clínicos.
La situación era tan precaria que, a modo de
ejemplo, baste recordar que, en el Hospital
Clínico de Granada, en el año 1971, la comida
de los enfermos se pagaba gracias «al duro»
que tenía que dar toda visita, exclusión hecha
de dos familiares directos. Tienen que pasar
muchos años para que, a finales de los años
1970 y principios de los años 1980, los hospi-