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caballeros notables de la capital”. Martínez r<strong>ec</strong>uerda con humor haber asistido “con<br />

absoluta puntualidad a esas conferencias” a pesar de que “no entendía gran cosa” 167 :<br />

(Wolf) Exponía los fundamentos de la teoría darwiniana, jamás oída en el<br />

Ecuador, hasta ese entonces, cuando notó que en la puerta del salón había<br />

dos sacerdotes que no se atrevían a entrar: eran los señores canónigos, Dr.<br />

Leopoldo Freire y Dr. Nicolás Tobar, altas dignidades de la Iglesia<br />

Metropolitana. Par<strong>ec</strong>e que este acto impropio, para d<strong>ec</strong>ir lo menos, de los<br />

señores canónigos, exaltó la cólera y el mal humor de Wolf, a un grado<br />

indescriptible 168 , cortó el hilo de la conferencia, y con voz airada exclamó:<br />

-Señores si ustedes vienen como discípulos entren y no se queden afuera;<br />

o, si quieren discutir conmigo sobre las doctrinas científicas que expongo<br />

en estas conferencias, también estoy listo para ello, pero no aquí sino en<br />

mi cuarto que ustedes lo conocen muy bien. Los señores canónigos, sin<br />

contestar una palabra, se esbozaron en sus amplios manteos dieron media<br />

vuelta y se marcharon. Después se dijo, lo r<strong>ec</strong>uerdo muy bien, que habían<br />

llegado a oídos del excelente y bonísimo arzobispo Ch<strong>ec</strong>a, noticias de que<br />

el doctor Wolf, en sus conferencias, dictaba doctrinas anticatólicas y<br />

disolventes. Para cerciorarse de la verdad, comisionó entonces a los dos<br />

señores canónigos, que tan mal fueron r<strong>ec</strong>ibidos por Wolf. ¿Cuál fue el<br />

resultado de este incidente? La conferencia aquella fue la última, y pocos<br />

meses después, Wolf abandona para siempre la Compañía de Jesús, “con<br />

el mismo placer que debe experimentar el presidio cuando sale de la<br />

prisión” (palabras que oí del maestro algunos años más tarde en<br />

Guayaquil) (Martínez, 1994: 259).<br />

De h<strong>ec</strong>ho, los estudios y viajes científicos de Wolf se sumaron a esta disputa en torno al<br />

Darwinismo para provocar muchos conflictos con sus compañeros jesuitas españoles<br />

quienes le acusaron de descuidar sus responsabilidades como cura. De esta forma, Wolf<br />

se enfrentó a una campaña gradual y sistemática de oposición a sus estudios prácticos.<br />

Los jesuitas del convento de Quito estaban muy incómodos con la preferencia que le<br />

167<br />

En 1874, a los tr<strong>ec</strong>e años de edad, Augusto era discípulo de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de<br />

Quito. Entusiamado por la l<strong>ec</strong>tura de las cartas que dirigieron Reiss y Stübel al presidente García Moreno,<br />

se interesó por estudiar geología en la Politécnica. Así, el 2 de Febrero de 1874, su padre le presentó<br />

frente al profesor J. B. Menten, d<strong>ec</strong>ano de la Politécnica, y le inscribió como alumno oyente de la clase de<br />

Geología, dictada por el profesor Wolf. Martínez describe su primer encuentro con Wolf de la siguiente<br />

forma: “me miró desp<strong>ec</strong>tivamente, de arriba abajo, como suele d<strong>ec</strong>irse, y me preguntó, con muestras<br />

inequívocas de fastidio y enojo<br />

-¿sabe usted siquiera qué cosa es la Geología?<br />

Sin amilanarme por r<strong>ec</strong>epción tan fría e inesperada, y, con una audacia de la que no me creía capaz, le<br />

contesté:<br />

Sí, señor, si sé qué es la Geología porque he leído las cartas de los doctores Reiss y Stübel y tengo<br />

d<strong>ec</strong>idido empeño de estudiar nuestros volcanes.<br />

Está bien, asista a las clases, pero desde ahora le advierto que en manera alguna, me preocuparé de usted”<br />

168<br />

Sobre el constante mal humor de Wolf, Martínez (1994: 258) describe lo siguiente: “una montaña de<br />

disgustos y contrariedades, una enfermedad que, a pasos acelerados, le llevaba a la tumba, agrió su<br />

carácter. ¡Vivía en un ambiente de perpetuo mal humor!”.<br />

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