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n<strong>ec</strong>esarios y adquirir los conocimientos indispensables? ¿No era natural,<br />
no se debía suponer que, sin esos requisitos, la alta Parte contraria,<br />
expondría las cuestiones y las cosas a su antojo? (Vacas Galindo, 1903:<br />
705).<br />
Al comparar los escritos de Villavicencio, Wolf y Vacas Galindo, nos damos cuenta<br />
que Vacas Galindo marca un corte con sus ant<strong>ec</strong>esores quienes hacen constante<br />
referencia, en sus discusiones sobre la historia de la geografía del país, a personajes<br />
como Humboldt, La Condamine y Maldonado. De h<strong>ec</strong>ho, las Geografías tanto de<br />
Villavicencio como de Wolf se construyen en función de estas referencias históricas<br />
y geográficas. Sus discusiones no buscan otros referentes cartográficos que no sean<br />
los mapas elaborados por estos personajes. A diferencia de ellos dos, Vacas Galindo<br />
propone un marco de discusión muy distinto. Cambia por completo de personajes de<br />
referencia dado que su discusión se aleja del énfasis mayoritariamente científico que<br />
encontramos en Villavicencio y Wolf (cada uno con su interpretación esp<strong>ec</strong>ífica de<br />
lo que es ciencia) y propone un marco más jurídico e histórico sobre el cual<br />
desarrolla toda su argumentación (de h<strong>ec</strong>ho prácticamente no cita ni a Wolf 221 ni a<br />
Villavicencio 222 ). Para Vacas Galindo, el mapa es un h<strong>ec</strong>ho legal.<br />
221<br />
“El primero que descubrió, contra la asentada opinión de antaño, que el Upano o formaba el Morona<br />
sino el río Santiago, fue el Sr. Coronel D. Victor Proaño” (Vacas Galindo, 1903: 402). “Lástima es que el<br />
Sr. Coronel Proaño no nos hubiera dejado una relación o itinerario inteligible y científico de su viaje desde<br />
Macas al Morona. Nosotros mismos, que hemos viajado por parte de esas comarcas, no comprendemos<br />
sino con mucha dificultad el rumbo que tomó. Por esta causa se le ha disputado la gloria, tan<br />
legítimamente adquirida, de haber anunciado el primero a la ciencia geográfica, que no el Morona,<br />
sino el Santiago es el que r<strong>ec</strong>ibe las aguas del Upano” (Vacas Galindo, 1903: 409). “El Sr. Wolf dice en la<br />
pág. 195 de la Geografía y Geología del Ecuador: “Encuentro en el itinerario del señor Proaño una<br />
proposición extraña… ¿cómo sus habitantes pudieron ignorar el curso de su río principal?” (No cree que<br />
el Upano es el nacimiento del Santiago, mantiene la idea de que es el nacimiento del Morona)…“Vamos a<br />
exponer los argumentos plausibles que exige el Sr.Wolf para demostrar la verdad descubierta por el<br />
Coronel Proaño” (Vacas Galindo, 1903: 410): (1) Los infieles de sus orillas llaman al río Santigao<br />
Canusayacu. Y hablando con los macabeos, nunca llaman al río Upano, sino Canusa. En Nankijukima lo<br />
asegura Vacas Galindo varias v<strong>ec</strong>es (pag 165). “La identidad, pues, de nombre, prueba la identidad de<br />
objeto” (Vacas Galindo, 1903: 411). A más de sus propios conocimientos, cita un documento manuscrito,<br />
de uno de sus compañeros, el R. P. Fr. Alberto Delgado, que r<strong>ec</strong>orrió personalmente casi todo el curso del<br />
Upano hasta su confluencia con el Paute.“Por las Comisiones hidrográficas peruanas, sabemos, con<br />
seguridad, que son dos los ríos que componen el Morona: el Cusulima, por la der<strong>ec</strong>ha, y el Mangosiza,<br />
por la izquierda. No están en contradicción con esto ni el relato del Coronel Proaño ni los datos del<br />
documento de Misionero dominicano” (Vacas Galindo, 1903: 418). “Se nos preguntará: ¿Cómo nosotros<br />
que, en nuestro Nanjikujima, pág. 14 escribimos: “para mi es más probable que el Upano forma más bien el<br />
Santiago que el Morona” ahora no lo tenemos tan sólo como probable, sino como verdad evidente?<br />
Comenzaremos por repetir que, cuando estábamos en Macas, hasta fines de 1891, creíamos que el Upano<br />
corría hacia el Morona; y aunque veíamos que para esto debía dar una vuelta demasiadamente grande, con<br />
un radio quizá de veinte y cinco o treinta leguas, podían más las preocupaciones que la reflexión; si bien<br />
ésta nos tenía vacilante, sin saber a qué resolvernos. Cuando en 1892, hicimos nuestro viaje de Andoas al<br />
Macuma, y supimos que éste, no muy lejos, entraba al Morona, nuestra vacilación se cambió en<br />
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