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abandonada por el hombre sin cubrirla con una planta, ni una hoja sin un ins<strong>ec</strong>to”<br />

(Martínez, 1998: 160). Esta vida que no se puede entender sino en función del fantasma<br />

de la muerte 326 .<br />

Así, Martínez narra a través de la mirada de Luciano y Salvador para describir<br />

esta “parte del territorio <strong>ec</strong>uatoriano” (Martínez, 1998: 165). De h<strong>ec</strong>ho, ambos<br />

personajes “conocían una población de tierra caliente (…) por primera vez en su vida,<br />

(…) ambos estaban habituados a la calma y silencio de las de la Sierra, por lo cual todo<br />

les era nuevo y de sabor exótico” (Martínez, 1998: 161). Martínez r<strong>ec</strong>urre<br />

intencionalmente a estas miradas de asombro como fuentes primarias de su descripción<br />

de la Costa, probablemente porque sus l<strong>ec</strong>tores compartirían esta novedad con los<br />

jóvenes personajes. Esta mirada nueva, esta sensación propia de la primera vez que se<br />

observa algo, deja siempre al observador absorto, “sin perder nada de los mil detalles”<br />

de esta nueva naturaleza de los trópicos” (Martínez, 1998: 165). De esta forma, esta<br />

sensación de sorpresa que experimentan los dos personajes permite describir un paisaje<br />

y unas escenas “anormales” que contrastan con “las calmadas y silenciosas poblaciones<br />

serranas” (Martínez, 1998: 168).<br />

Dentro de las numerosas descripciones del paisaje y costumbres de la costa,<br />

llama la atención el énfasis geológico en la descripción de la llegada a Guayaquil<br />

navegando por el río Babahoyo. Esta es una clara influencia de la l<strong>ec</strong>tura de la obra de<br />

Wolf:<br />

Las orillas quedan a gran distancia del vapor que sigue afanoso la lucha<br />

con la cr<strong>ec</strong>iente que ha principiado ya. La cordillera de Chongón, a la<br />

der<strong>ec</strong>ha, cubierta de árboles agostados, y a la izquierda los cerros de<br />

Durán, indican que allí termina el último oleaje pétreo que conmovió la<br />

Costa en las épocas geológicas. Al fondo de esa antesala de cerrillos de<br />

redondas cumbres, y como saliendo de las aguas del río, asoma Guayaquil<br />

(Martínez, 1998: 167).<br />

Martínez centra gran parte de su historia en los alrededores de Guayaquil; la ciudad que<br />

huele a cacao, “a gas de alumbrado, a bodega repleta, a lodo de estanque, a sudor de una<br />

población atareada y alegre que todo lo hace a la carrera y gritando” (Martínez, 1998:<br />

326<br />

“Pero esa misma potencia que f<strong>ec</strong>unda en una noche la semilla confiada a la tierra, esa misma lujuria<br />

que hace cr<strong>ec</strong>er a las plantas a la vista del hombre y cubre de un cortinaje de inmensas hojas un árbol<br />

d<strong>ec</strong>répito, engendra también esas miríadas de seres invisibles que en su afán de vivir, matan en poco<br />

tiempo al hombre robusto y al árbol colosal” (Martínez, 1998: 201).<br />

216

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