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implica una coherencia con el orden colonial previo, sino que es la manifestación de una<br />

transición frustrada y caótica pero radicalmente distinta al orden anterior. El debate<br />

sobre las fronteras, las naciones v<strong>ec</strong>inas, la aparición y desaparición del Oriente e<br />

incluso la utilización de fuentes y argumentos coloniales son todas estrategias de una<br />

nación y un estado poscoloniales que intentan descifrar su territorio y utilizar la<br />

cartografía como herramienta para hacerlo. Así, a diferencia de lo que sugiere Grosby<br />

(2007: 110) sobre la triada territorio-estado –nación donde la nación sólo puede<br />

pensarse una vez que el territorio y el estado se han estabilizado; lo que encontramos en<br />

esta investigación es que la imaginación territorial - y por ende la administración<br />

territorial- no llegan a estabilizarse lo suficiente y no se consolidan en la autoconciencia<br />

col<strong>ec</strong>tiva como un proceso anterior e independiente de la aparición de la nación. Todo<br />

par<strong>ec</strong>e suceder de manera paralela, simultánea, y por ende caótica. El estado define el<br />

territorio que a su vez lo autodefine a él y la nación interactúa con igual fuerza entre los<br />

dos elementos, dejándose moldear y a su vez modificándolos a ellos. En este sentido,<br />

coincidimos con la propuesta de Radcliffe y Westwood (1996) de que el territorio, el<br />

estado y la nación en el Ecuador son tres componentes que pueden estar alineados pero<br />

que no n<strong>ec</strong>esariamente lo están, y además n<strong>ec</strong>esitan de un trabajo continuo para<br />

mantener el mito de coherencia. La nación no tiene una relación espacial dir<strong>ec</strong>ta con el<br />

estado ni con el territorio. Así, la nacionalización y estatización de lo espacial no son<br />

procesos naturales sino construidos: desde el trabajo de geógrafos que caminan e<br />

imaginan metro a metro para definir un territorio, pasando por misioneros y aventureros<br />

que abren nuevas fronteras, incluido el aporte de abogados que inventan nuevos<br />

parámetros e instrumentos jurídicos, comerciantes y capitalistas que fortal<strong>ec</strong>en la<br />

dimensión nacional en operaciones <strong>ec</strong>onómicas, poetas que intentan conquistar con la<br />

palabra la indomable tierra incógnita, hasta la función de los colegios y otras<br />

instituciones disciplinarias en la construcción de la identidad nacional. No hay nada<br />

natural, fácil o predestinado en este proceso (Sassen, 2006: 18), que más que un proceso<br />

continuo, debe ser entendido, como sugiere Anderson (1994) en función de una serie de<br />

momentos: momentos de territorialización que se convierten en momentos de<br />

nacionalización.<br />

Vale la pena marcar una diferencia de los proy<strong>ec</strong>tos geográficos<br />

latinoamericanos durante el siglo XIX frente a lo que sucedió en Asia, África y el<br />

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